El lunes 14 de mayo tuve oportunidad de participar en un debate con María Pía López, Aldo Casas, Martín Ogando y Martín Mosquera sobre la coyuntura argentina y sus posibles lecturas desde la teoría de Gramsci. Los eventos de las últimas semanas le dieron su impronta al debate. La situación abre interrogantes para el análisis y disyuntivas estratégicas y políticas. A continuación, un breve repaso sobre algunas de ellas.
¿Crisis orgánica?
El concepto de crisis orgánica resulta útil para comprender escenarios en los que se configura una crisis económica, de los partidos y de la autoridad estatal en su conjunto, aunque no necesariamente se transforme en una revolución. Su uso para explicar la realidad suele presentar la dificultad de que es más fácil dictaminar cuándo comienzan las crisis orgánicas que cuándo terminan. En “¿Conviene o no conviene invocar al genio de la lámpara?”, Waldo Ansaldi planteaba que en la Argentina se abrió una crisis orgánica en 1930, que todavía no había encontrado solución a comienzos de los ’90. En diciembre del 2001, algunos hablamos de una crisis orgánica. Queda para los detallistas determinar hasta dónde se cerró completamente durante la “restauración kirchnerista” o mantuvo latentes elementos de continuidad. En resumen, la categoría permite comprender procesos de dislocación de la autoridad estatal que una vez que se abren no se cierran del todo, generando nuevos episodios, o como eventos independientes unos de otros. Los efectos, en todo caso, son los mismos.
Por lo pronto, la situación argentina actual comienza a delinear elementos de lo que podría ser una nueva crisis orgánica (sea que la consideremos totalmente nueva o como reapertura de ciertos elementos que quedaron operando de la anterior):
• La crisis del esquema económico que obliga a buscar el apoyo del Fondo Monetario. Es el primer episodio que va en la dirección del “fracaso en una gran empresa” de la clase dominante, en este caso la retórica de la modernización económica y el final del “populismo”.
• La erosión de la autoridad del gobierno, cuestionado por un lado por su política antipopular y por otro por la imagen de explícito desmanejo, que une a la idea de “gobierno de los ricos” la de “gestores inútiles”. No es todavía una crisis del Estado en su conjunto. Pero la pérdida de autoridad del gobierno es un primer paso en ese sentido.
• El malestar social, que se expresa en luchas puntuales en distintos lugares del país (docentes de Neuquén, trabajadores de Cresta Roja, Hospital Posadas, Río Turbio, Subte, entre otros) y fue precedido de las grandes movilizaciones de masas contra el 2x1, el movimiento de mujeres y las jornadas de diciembre de 2017.
• El peronismo se fortalece coyunturalmente, pero atraviesa una crisis histórica cuyo desarrollo gradual y no explosivo permite una administración del declive pero plantea una gran cantidad de interrogantes sobre su futuro.
En lo inmediato, las variables son más acotadas.
La situación actual coincide en muchos de sus aspectos con lo que Trotsky denominaba “situación de transición” o “transitoria”, es decir una situación en la cual las principales variables de la relación de fuerzas no terminan de estabilizarse y puede evolucionar hacia mayores ataques reaccionarios o nuevos saltos en la lucha de clases. Los elementos enumerados para pensar el mediano plazo, operan de modo más inmediato y en función de cómo se resuelva el sentido de la flecha, el cambio de situación creará condiciones para un nuevo salto en la crisis o nuevos eventos de la lucha de clases. En la coyuntura está planteada una lucha política a propósito de con qué métodos y con qué programa enfrentar la política del macrismo.
Dependencia
José Aricó y Juan Carlos Portantiero hablaron de la Argentina como una “combinación de Oriente y Occidente”. En Los usos de Gramsci, Portantiero asimilaba a la Argentina con la categoría gramsciana de “capitalismo periférico”, aludiendo a países como España, Grecia o Portugal. Si bien estamos varios escalones más abajo en la comparación, la idea sobre nuestro carácter híbrido, sui generis, puede sintetizarse en la combinación de una forma estatal que imita la de un “Estado moderno” y una economía y realidad social acorde a la de un país dependiente con rasgos semicoloniales. Esto se expresa en el peso que tienen las empresas extranjeras en la economía nacional (el capital extranjero controla un poco más de 300 de las principales 500 empresas no agropecuarias ni financieras) y en la famosa restricción externa, es decir el hecho de que el país genera menos dólares de los que necesita.
De “la joya más preciada de la Corona británica” hasta el “abrirse al mundo” del “mejor equipo de los últimos 50 años”, la realidad es que nuestro país no puede realizar un desarrollo independiente de los grandes poderes mundiales sin modificar una serie de cuestiones sustanciales.
Diciembre y la relación de fuerzas
Los asalariados y las asalariadas en actividad en la Argentina son 14,5 millones de personas. Si sumamos desocupados, jubilados y amas de casa (trabajo no remunerado) esta fuerza social llega a los 30 millones de personas.
De algún modo, cuando el gobierno chocó con una movilización de masas y una muralla de piedras en diciembre del año pasado, tocó una avanzada, un núcleo duro de esa relación de fuerzas. Con la cara llena de dedos, decidió pasar a una política de ataques puntuales, abandonando las batallas campales. Las condiciones impuestas por el curso de la macroeconomía posiblemente generen nuevo escenarios de lucha de masas.
Veremos. Y nos prepararemos.
En el plano político, el asunto se vuelve más laberíntico. A fines del año pasado, en medio de los fuegos de la batalla contra la reforma previsional, el peronismo (en especial en su variante kirchnerista) le proponía a la izquierda una división de tareas “gramsciana”: que nosotros pusiéramos “el mito” (la movilización combativa, el enfrentamiento con la policía, las denuncias inflamadas de Bregman y del Caño) para que ellos armaran “la recomposición política”, o sea un frente peronista para el 2019.
Pasados los fuegos de diciembre, apareció la consigna del Partido Conservador: “Hay 2019”, que va acompañada de un notable quietismo del sindicalismo peronista y kirchnerista (aunque este realiza a veces algunas acciones testimoniales) en todas o casi todas sus variantes.
Por eso cuando Gramsci hablaba del rol de los sindicatos y partidos como “policía” o Trotsky enfatizaba la importancia de independizar los sindicatos del Estado como precondición para cualquier lucha de clases seria, no estaban “repitiendo el cuento de la burocracia” como dicen los mismos burócratas, sino señalando cuáles son los obstáculos para que la fuerza social de la clase trabajadora, unida a todos los sectores oprimidos de la sociedad, pueda organizarse para luchar en vez de esperar que nos vayan golpeando a cada uno por separado.
La clase trabajadora necesita dar una respuesta unificada a los ataques y a su vez estructurar una política alternativa a la del peronismo en todas sus variantes. Porque las distintas variantes peronistas prefieren que Macri siga “chocando la calesita” antes que promover un proceso de movilización de masas que termine con esta farsa.
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