Pasaron 40 años, pero lo que ocurrió ese 2 de noviembre de 1976 sigue impune. En las oficinas del diario La Nación, en Florida 343, un grupo empresario que estaba construyendo una fábrica de papel para diarios fue obligado a «ceder» sus acciones a los tres diarios más importantes del país, aliados en ese proyecto a la Dictadura militar más sangrienta de nuestra historia. Una historia escalofriante de robo, tortura y muerte que dio origen a la hegemonía de Clarín y La Nación.
graiver
Desde entrado el siglo XX Argentina era uno de los países con mayor circulación de diarios del mundo, pero llevaba décadas importando su insumo básico: el papel. El mismo Roberto Noble, fundador de Clarín, planteaba la cuestión en 1960, cuando publicó su libro “Argentina Potencia Mundial”. Allí, Noble trazaba seis de prioridades (siderurgia, caminos, transportes, carbón, energía y petroquímica) que consideraba necesarias para que la Argentina fuera potencia mundial en 1985, año para el cuál vaticinaba una población de 65 millones de habitantes y una tirada de diarios de 6 millones de ejemplares.
Ni estas ni otras previsiones de Noble para 1985 se cumplieron, pero en el mismo texto advertía que para ese entonces “los diarios argentinos serán abastecidos de papel por la propia industria papelera argentina”. Noble falleció el 13 de enero de 1969. Pero esa obsesión, repetida en editoriales de Clarín y compartida por otros dueños de diarios, comenzó a tomar forma a los pocos meses de su muerte, cuando el 11 de agosto de ese año el dictador Juan Carlos Onganía dispuso, por medio de la Ley 18.312, la creación del Fondo para el desarrollo de la producción de Papel Prensa y Celulosa, al que todos los diarios tenían que aportar un impuesto del 10% aplicado a la importación de papel. La dictadura llamó a licitación de una fábrica de papel, pero ningún oferente cumplió los requisitos. Los militares, ya con Alejandro Agustín Lanusse al mando, decidieron adjudicarles la obra directamente a la firma Papel Prensa SACIFyM, integrada por César Augusto Civita, César Alberto Doretti, Luis Rey y la Editorial Abril. En la distribución de la empresa, el Estado retuvo el 25% de las acciones Clase B, mientras que los empresarios se quedaron el 26% de las clase A. Todo el resto quedaron disponibles, y con el tiempo Civita, Rey e Ingeniería Tauro las adquirieron hasta manejar la mayoría del paquete accionario.
A finales de 1973 entró en escena el grupo Graiver, a través de Rafael Ianover, testaferro del banquero David Graiver, que comienza a comprar acciones de Papel Prensa. Todo con el apoyo de José Ber Gelbard, por entonces ministro de Economía del tercer gobierno peronista, que puso en juego tanto su lobby empresarial como recursos estatales para apuntalar el desembarco de los Graiver. En 1975, Galerías Da Vinci (ariete de varios negocios de Graiver, su propietario) también adquirió acciones de Papel Prensa y entre 1975 y 1976, tanto esta empresa como Ianover le hicieron aportes de capital al proyecto. Más allá del complejo entramado de traspasos y compras de acciones, para agosto de 1976 el grupo Graiver tenía el control absoluto de Papel Prensa. Sin embargo, por ese mismo entramado, faltaba un paso para validar la transferencia: una Asamblea que iba a realizarse el 3 de noviembre de 1976. Un día antes, todo cambiaría.
Tres diarios, tres armas, un objetivo
“Dudi” Graiver murió en un dudoso accidente de avión el 7 de agosto de 1976, mientras viajaba de Estados Unidos a México. Su muerte repercutió de inmediato en su esquema de negocios, cuyo diagrama de relaciones, vínculos y transacciones estaba completo sólo en su cabeza. En medio de aquel drama familiar, Lidia Papaleo, viuda de Graiver, pidió una reunión con Videla, pero se la negaron. Los genocidas tenían otros planes para Papel Prensa.
Entre la muerte de Graiver y el robo de Papel Prensa hubo un juego de pinzas orquestado entre los diarios y los militares. Los medios comandaron una feroz campaña contra Graiver y sus negocios. El gobierno militar atormentaba a la familia para que vendiera la empresa con misivas que llegaban a través del capitán de navío Francisco Manrique, ex ministro de Bienestar Social de Lanusse, y de Pedro Martínez Segovia, a quien Graiver había colocado como Presidente de Papel Prensa y que era socio del ministro de economía dictatorial José Alfredo Martínez de Hoz. A Lidia Papaleo también le llegaron mensajes por medio de su abogado, Miguel de Anchorena: los militares querían que vendiera Papel Prensa a Clarín, La Nación y La Razón.
Papel Prensa era un objetivo central tanto para la Junta Militar como para los diarios. Para Jorge Rafael Videla, Eduardo Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti significaba deshacerse de un socio incómodo y además usarla como prenda de cambio para el silenciamiento de sus crímenes. Para los diarios, obtener el monopolio de su insumo básico. El objetivo era claro: debían concretar el traspaso antes del 3 de noviembre, fecha de la Asamblea de accionistas. Lo lograron el 2.
Ese día
La idea surgió de la cúpula dictatorial. Más precisamente, del ministro de economía Martínez de Hoz quién, según el testimonio del general José Rogelio Villarreal, lugarteniente de Videla, fue quien propuso que Clarín, La Nación y La Razón se quedaran con Papel Prensa.
Por el lado de Clarín captaron rápido la posibilidad. Por entonces, lo formal indicaba que Ernestina Herrera de Noble era la dueña de la empresa: lo real, que los destinos de Clarín aún estaban en manos del desarrollismo, más específicamente de Rogelio Frigerio y su grupo de confianza, para los cuales, en su perspectiva macroeconómica, el papel de diarios era un rubro importante. Por entonces pesaba mucho Bernardo Sofovich, a la sazón abogado personal de Ernestina. El contador Héctor Magnetto llevaba cuatro años en Clarín, a donde llegó en 1972 reclutado por el propio Frigerio entre las filas desarrollistas. Su carrera iba en pleno ascenso, al punto que el 15 de octubre de 1976 el directorio de la empresa le había encomendado las tratativas de la compra de Papel Prensa.
Clarín, La Nación y La Razón habían conformado la sociedad Fábrica Argentina de Papel para Diarios SA (FAPEL) en 1974, pero el trámite lo terminaron recién el 12 de febrero de 1976. Las fechas son relevantes, ya que revelan un plan: FAPEL no tuvo ningún movimiento hasta el 2 de noviembre de 1976, cuando se quedó con todas las acciones de Papel Prensa. En el mismo día, en la oficina de Florida 343, FAPEL se quedó además con las acciones de Galerías Da Vinci y de Rafael Ianover (Clase A), Juan Graiver, Eva Gitnacht de Graiver y Lidia Papaleo de Graiver (Acciones Clase C y E). Esa fue la parte formal. La real y concreta, que la viuda de Graiver no olvidaría en estos 40 años, fue que le dijeron que “firmara para conservar la vida de su hija y la suya también”. En esa situación hubo extorsión y delitos de lesa humanidad, tal como los calificó 39 años más tarde el fiscal Leonel Gomez Barbella que, como se verá más adelante, fue uno de los pocos funcionarios judiciales que osó avanzar con la investigación judicial de este hecho.
Pero ese día pasó. El 10 de noviembre, 8 días más tarde, FAPEL les transfirió las acciones Clase A a Clarín, La Nación y La Razón en partes iguales. Al día siguiente, Clarín anunció: “Producirán los diarios argentinos su propio papel” y reconoció que se trataba de “una gravitante decisión del gobierno de las Fuerzas Armadas”. El 16 de noviembre FAPEL les vendió también a los 3 diarios las acciones Clase C y E. Fue la confesión de parte: FAPEL era un sello ficticio cuyo único sentido era ser vehículo para esta transacción.
La dictadura pretendía que Clarín, La Nación y La Razón dejaran entrar al negocio a los demás diarios del país. Pero la negativa fue rotunda. Según consta en la Acta Secreta 14, del 15 de diciembre de 1976, los diarios “no creían prudente ceder acciones de la Clase A a otros posibles usuarios, pues se compartiría y debilitaría la conducción”. O sea, a poco más de un mes de concretado el robo, ya los diarios imponían su voluntad frente a los militares. Y no fue la última vez. Clarín, La Nación y La Razón acordaron relegar al Estado como socio bobo de la empresa. El 18 de agosto de 1977 firmaron un acuerdo que decía: “Los comparecientes convienen en regir las relaciones entre sí, para actuar conjunta y coordinadamente y asegurar la unidad de criterio en la conducción de Papel Prensa SA”. Lo firmaron Ernestina Herrera de Noble por Clarín, Bartolomé Mitre por La Nación y Ricardo Peralta Ramos por La Razón. El acuerdo establecía: “Las tres empresas convienen y aceptan que sus derechos societarios dentro de Papel Prensa SA se ejercerán coordinadamente, por intermedio de los representantes de cada signataria”: Magnetto por Clarín, Bartolomé Mitre hijo por La Nación y Patricio Peralta Ramos por La Razón.
Entre una y otra jugarreta faltaban dos pasos fundamentales. Uno, el 18 de enero de 1977, cuando una Asamblea extraordinaria de Papel Prensa aprobó la venta de las acciones. Dos, el 14 de marzo Lidia Papaleo fue secuestrada, violada, quemada y golpeada al punto que le generaron coágulos en la cabeza y la tuvieron que intervenir quirúrgicamente en las catacumbas del coronel Ramón Camps. Lo mismo ocurrió con su entorno: Jorge Rubinstein, mano derecha de Graiver, fue asesinado durante la tortura. Isidoro Gravier, Eva y Juan Graiver, Ianover, las secretarias Silvia Fanjul y Lidia Gesualdi, también fueron secuestrados. No podían quedar cabos sueltos.
El 28 de septiembre de 1978, Ernestina, Magnetto y Videla, junto a otros socios y genocidas, brindaron en la inauguración de Papel Prensa.
Demoras judiciales
Papel Prensa fue el pilar fundamental para que Clarín ingresara al retorno democrático con la solvencia económica pero, sobretodo, con el poder mediático para ser un actor, sino determinante, condicionante de la política nacional.
Algunos lo notaron. Otros, incluso, lo denunciaron. El primero fue el entonces diputado nacional Norberto Imbelloni, que denunció irregularidades en la apropiación de Papel Prensa el 2 de abril de 1984. Quien se ocupó de esta investigación fue el fiscal Ricardo Molinas, que logró reunir numerosa evidencia. Los fiscales Marcelo Molina y Hernán Schapiro empujaron la investigación en la justicia de La Plata, hasta que el juez Arnaldo Corazza le remitió la causa a la Justicia Federal de Comodoro Py. Le cayó a Daniel Rafecas, que si bien planteó su incompetencia, en uno de sus escritos dejó asentado que se trataba de un crimen de lesa humanidad. El Grupo Clarín no se lo perdonó: la empresa y Magnetto en forma personal lo denunciaron ante el Consejo de la Magistratura, que tiempo después descartó el caso. Finalmente, la causa quedó radicada en Comodoro Py, pero en manos de Julián Ercolini quien, junto con el entonces fiscal subrogante Eduardo Taiano, hicieron toda pirueta judicial posible para demorar la causa. Desde entonces, de los 10 imputados originales fallecieron 5. Entre ellos, Videla, Massera y Martínez de Hoz. Ni el impulso de la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno anterior -que sumó testimonios, documentos secretos, archivos desclasificados de Estados Unidos y numerosos elementos probatorios- logró quebrar este pacto judicial. La novedad la generó el fiscal Gómez Barbella, que en 2015 reemplazó a Taiano, y el 11 de marzo de ese año tuvo el coraje de llamar a indagatoria a Magnetto, Ernestina, Mitre, Raymundo Podestá y Guillermo Gainza Paz por delitos de lesa humanidad y extorsión. El juez Ercolini se opuso en menos de 24 horas, alegando que esperaba los resultados de una pericia contable, que nadie le había pedido. Definió la Cámara, que protegió a los imputados con los votos de Eduardo Farah y Jorge Ballestero, contra el voto de Eduardo Freiler, que acompañó los argumentos del fiscal para llamarlos a indagatoria.
Así las cosas, la causa volvió al pantano.