lunes, 11 de junio de 2018

MACRISMO, ACUERDO SOLAPADO PARA HACER DE LA MENTIRA UNA VERDAD


asta con entrar a redes sociales como Twitter o Facebook para advertir los vaivenes de una sintomatología social escalofriante, donde la frivolidad y el entusiasmo destructivo hace su agosto mientras justifica desde el despojo, pasando por las más variadas formas de injusticia social, hasta la derogación sistemática de los derechos esenciales de las mayorías. En plena etapa neoliberal, cuando el culto al egoísmo, a la insolidaridad, al materialismo, a la exaltación grosera de la iniciativa individualista busca suprimir la conciencia colectiva como complemento, además del abuso de los distintos gobiernos que la estimulan, es factible comprobar el paulatino florecimiento de esa pedagogía dañina y mentirosa, a través de la retroalimentación social al interior de un sistema ajeno a los valores. Nada podría resultar extraño de concebir en un sistema donde se fomenta la burla, la desacreditación de lo auténtico con sustento objetivo sobre la realidad, la falta de respeto permanente, el desprecio de los principios; la sacralización de la violencia, de la intolerancia, de instalar la la discordia para generar diferencias insalvables, favoreciendo la dominación de quienes no contentos con ser improductivos, existen para nutrirse del esfuerzo de los que generan la riqueza. El colmo resulta al advertir la forma en la cual una muy buena parte del conjunto de la sociedad, prefiere contradecir, oponerse a sus necesidades más básicas y esenciales, con tal de seguir alimentando la farsa que lo tiene a mal vivir. Renegar del espíritu colectivo, del apoyo a sus conciudadanos, los llevó a ser complacientes con los acaparadores del poder. El pretexto, un espíritu de sacrificio inculcado por aquellos que no trabajaron nunca, manteniéndose a la cabeza de la pirámide social quejándose del robo de quienes menos tienen, a fin de usufructuar cada día más con la anuencia de sus propias víctimas. Evidencias Partiendo de esa premisa, puede demostrarse con absoluta certeza la equivocación de Juan Domingo Perón, al decir que el pueblo argentino preferiría cualquier cosa antes de aguantar hambre. Aunque haya podido tener razón en tiempo pasado, la modernidad demostró su impasible tolerancia a la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades, la explotación, el consecuente desfalco en la propia cara, con tal de no resignar el lamentable hecho de convivir con la miseria espiritual del chisme y la mentira como norma. En la vida real o virtual, numerosos testimonios pudieron percibir el soberano placer de transformar las más viles hipocresías, en monumentales verdades sagradas y de esa manera, delatar una crisis de valores, superior a la de cultura o de educación, al incurrir en una suerte de estafa “auto consentida”, donde además de aceptarse el exabrupto de manera resignada, se tiende a señalar a quienes por lógica se rehúsan. ¿Habría algo de cierto en aquella cita bíblica, donde se hablaba del “666” o de la “marca de la Bestia” para comerciar, relacionarse, sobrevivir, asegurando el exterminio, la persecución de los remisos a sucumbir bajo el amparo de su engañosa luz? Descripción y escenario Craso error se comete subestimando al apodado “gorila”, “macrista”, “cipayo”, “vende patria”. Lejos de ser ignorantes, estúpidos, de desconocer la situación, saben exactamente cuánto están haciendo. Tienen conocimiento de las minorías privilegiadas para las cuales trabajan, favorecen y son capaces hasta de hacerlo de manera gratuita, aunque la reconozcan, porque encuentran mayor placer en la sumisión ajena que en la propia y poseen como ideal de superación emular, transformarse, ser iguales a los responsables de prostituir sus vidas. El instinto perverso, alentado por una llamativa pobreza espiritual e intelectual, le exige poner maldad donde puede o suele habitar la armonía, lo perfilan como al máximo enemigo del bien común al que califica peyorativamente como “populismo” cuando en realidad es “popular”, con tal de ver impuesta su concepción distorsionada de la libertad, la democracia, la dignidad humana en el más amplio sentido. Se considera superior, dueño de una dogmática “autoridad tácita de hecho”, llevándolo a forzar “el cumplimiento de “lo que corresponde”, porque “toda la vida fue así”, “debe hacerse de esa manera” e injusticias, pobres, “siempre existieron por ser esta una condición imposible de solucionar”. De forma inversamente proporcional a su individualismo exacerbado, al odio contra ideologías, organizaciones o referentes en la búsqueda de las distintas reivindicaciones, pondera el establecimiento a las personas que lo conforman. Opuesto por completo a cualquier modificación sustancial, disfruta rendir pleitesía a la tradición de la dependencia, el desconocimiento de los hechos reales, de la historia, al contribuir tanto a la ignorancia y a la cultura de la decadencia, al punto de ser proclive a inventar, recrear, dar por cierta una falacia o trampa, cuando en realidad le resulta imposible encontrarla. Aunque parezca mentira, esta clase de personas no nacen ni tienen arraigada una naturaleza malvada. Al decir de Karl Marx, son el producto genuino de la formación dentro de una sociedad pervertida, déspota, autoritaria, inquisidora, dictatorial, excluyente hasta los cimientos e injusta, destinada a darle rango de conquista a un simple logro por el alto precio de su coste. Esto ocurre con el único objeto de condenar al sacrificio constante a miles de seres humanos a obtener apenas lo fundamental para vivir, en vez de destinarlo al desarrollo integral de diferentes potencialidades al servicio individual y del colectivo. Mientras tanto, se tilda de “asistencialismo” en lugar de “justicia social” a toda clase de apoyos u oportunidades, sobre todo cuando provienen del mismo Estado ansioso de recaudar en concepto de impuestos, pero displicente a la hora de traducir en contribuciones lo obtenido con el arduo esfuerzo de los ciudadanos. Desenmascaramiento De haber un estado ausente, incapaz de generar empleo, oportunidades, de brindar salud, educación, infraestructura, desarrollo y además, beneficia a una minoría enriquecida históricamente con la usurpación o la especulación, si el valor de los artículos de primera necesidad es siempre superior a la ganancia obtenida por lo producido, el acceso al bienestar material, espiritual estará tan vedado como la riqueza que lo hace posible. De nada servirá la voluntad, la complexión laboral, la perseverancia, la responsabilidad demostrada, el empeño, cuando la única forma de alcanzar ganancias reales, a través del trabajo, hace parte de una de las mayores estafas para contribuir al sostenimiento de la desigualdad, la vulneración del conjunto, la condenación a la incertidumbre crónica, como sostén de un imperio macabro de injusticias donde a modo de una dictadura perfecta, los esclavos exaltan a sus propietarios. Es comprensible que los conocedores del significado verdadero del sacrificio, quienes padecieron en carne propia fuertes carencias, consideren arbitraria la colaboración del gobierno con los sectores sociales más sensibles, aunque seguramente no habría nadie mejor para enseñar, dar testimonio de las lecciones del pasado, otorgar nuevo valor al sentido del esfuerzo de un presente acariciando la posibilidad de acceder a todo, cuando antes no se tenía nada. Pero es incorporando a amplios sectores, facilitándoles derechos para volverlos rentables y puedan asumir sus responsabilidades económicas, la forma de construir un sólido tejido social sostenible. De por sí, el capital es antidemocrático. En su mayor parte, lo concentran las minorías que la postre, hacen cuanto les venga en gana porque el poder adquisitivo les abre puertas a numerosas posibilidades. No precisan de la esclavitud, ni de la supresión directa de la libertad, al someter a las mayorías al filtro del poder adquisitivo que la limita en sus posibilidades o aspiraciones sin colocarle una sola cadena. La inclusión, la equidad, la garantía del trabajo como deber y obligación a la vez, ligada a una clara orientación encaminada a evitar el desequilibrio económico, son las herramientas indispensables para alcanzar la prosperidad. De otra manera, el resultado será el de la típica sociedad dependiente, sometida al embrutecimiento, la estupidización, el ridículo, fácil de "comprar", de cooptar e ignorante por completo de sus derechos, condenada a la mendicancia y como ahora, justificando complaciente al servicio de los responsables de vaciarles los bolsillos. Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)

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