Conocido como “el burgués maldito”, fue una figura clave en el peronismo como articulador de un programa económico que buscaba armonizar el interés nacional entre el capital y el trabajo
Por su sueño de un país más justo enfrentó a la Sociedad Rural, a la Bolsa de Comercio, a las principales cámaras de la Unión Industrial Argentina, al FMI, a Clarín y La Nación. En definitiva, al Poder de la Argentina. Pero para llegar a ese punto, recorrería un muy largo camino desde Radomsko, la ciudad polaca en donde nació un 14 abril de 1917 y de la cual escapó a los once años huyendo del antisemitismo y la pobreza.
En ese derrotero que fue la Argentina del siglo XX, José Ber Gelbard fue acompañado por sus ideales de una Argentina sin excluidos, su admirable y autodidacta capacidad empresaria y política, las habituales prácticas oscuras del gran empresariado para realizar sus negocios, y, fundamentalmente, Juan Perón.
Aunque jamás se reconoció peronista, sino un cuadro del Partido Comunista, ni la Confederación General Económica (CGE), organización gremial empresaria que creó en 1953 para nuclear a los pequeños y medianos empresarios nacionales, ni su cargo como ministro de Economía desde donde intentó modificar el rumbo que la oligarquía diversificada le había impreso al país, hubieran sido posibles sin el respaldo de Perón.
Perón encontró en Gelbard al gremialista empresario que podía ayudar a conformar su modelo corporativo basado en una “comunidad organizada” bajo acuerdos entre el Estado, los empresarios y los trabajadores. La primera experiencia de Gelbard como co-conductor de la política económica duró solo dos años, pues el Golpe de 1955 significó también la intervención de la CGE por parte de un régimen aliado con el tradicional poder económico.
Aquellos años de dictadura y democracia tutelada, encontraron a Gelbard formando parte de la “alianza populista” entre empresarios nacionales y trabajadores, la cual enfrentaba a la “alianza liberal” de la oligarquía pampeana asociada a las grandes industrias monopólicas y el capital extranjero y financiero. A la par, continuaba haciendo crecer sus negocios, centrados en el rubro hotelero, comercial, comunicacional, e industrial, fundamentalmente a través de la empresa de transmisores Wobron, de neumáticos Fate, y en la metalúrgica Acindar.
Según el investigador egresado de Harvard James Brennan, Gelbard “había logrado construir un emporio que además formaba parte de un poderoso grupo industrial. Sus contactos con el Estado habían dado beneficios en el pasado y eran esenciales para el futuro”, pero al mismo tiempo “Gelbard y su equipo económico estaban genuinamente preocupados por elevar el nivel de vida de los trabajadores, como parte de un proyecto para desarrollar un capitalismo nacional justo, que evitaría una revolución socialista en el país. Su preocupación no era tan solo hacer buenos negocios. Cuando hablaba de su oposición a un liberalismo antinacional y anticomunitario, y de su deseo de establecer un modelo humanista de desarrollo económico, no se trataba de un mero discurso hueco”.
Desde la CGE reinaugurada en 1958 bajo la presidencia de Arturo Frondizi, Gelbard suscribió diversos acuerdos con la CGT para modificar un rumbo económico que solo favorecía a los agroexportadores y los capitales monopólicos y extranjeros. Según señaló en una entrevista, la “receta basada en el ajuste del cinturón”, era “inmoral, injusta, y por si ello fuera poco, totalmente ineficaz” ya que “en nuestra concepción del proceso, no solo es justo mejorar el ingreso real de los trabajadores, sino que constituye un requisito para crear un gran mercado interno que sirva de expansión a las fabricas nacionales”. La presión de estas dos organizaciones gremiales, mayoritarias en sus bases en términos electorales, resultó clave para la vuelta a la democracia, que volvería a llevar al justicialismo a la presidencia, partido que designaría a Gelbard como ministro de Economía e implementaría el programa económico de la CGE.
El plan económico promovido desde los inicios por Gelbard constaba de fuertes regulaciones por parte del Estado, principalmente a través de veinte leyes que tenían como objetivo aumentar salarios, jubilaciones y otros beneficios sociales, promover la empresa nacional a través de la ampliación del consumo interno, limitar la competencia extranjera y otorgar una mayor disponibilidad de crédito público y privado. Todo ello, regulado por un Pacto Social entre empresarios y sindicatos, que posibilitaba un aumento y posterior congelamiento de los salarios, así como un congelamiento de los precios. Las divisas necesarias para este recambio económico, provendrían de la apertura de nuevos canales comerciales con el exterior, en las que los contactos de Gelbard con los países del bloque comunista resultarían claves, así como de una reforma agraria que obligaría a los terratenientes a incrementar su producción y otorgar parte de su rentabilidad en el Estado. De hecho, Gelbard no ocultaba que se iría “reduciendo la importancia relativa del sector agropecuario, lo que cambiara las fuentes tradicionales de poder en el país”, e incluso sostenía en relación a la oligarquía diversificada que “no queremos que Argentina sea una colonia rica, ni que estas mejoras lleguen siempre a un grupo selecto, generalmente parasitario de la población”.
Gelbard intentaba transmitir el carácter épico del Plan, al señalar que “mucho más fácil hubiera sido elaborar una política para mantener intacta la estructura de dependencia económico social. Pero lo que acabamos de hacer no fue un juego intelectual destinado a buscar un envase más bonito para enquistar la dependencia, sino una denodada investigación de los medios que nos permitan liberarnos cuanto antes de los nefastos poderes del colonialismo económico, ideológico y cultural”
La muerte de Perón en julio de 1974 fue también la muerte política de Gelbard, que se quedó sin su principal sostén. Presentó su renuncia a Isabel Perón en octubre de 1974. Pero antes de retirarse, emitió un discurso por cadena nacional donde resaltaba los logros obtenidos en su gestión, como un crecimiento del PIB del 10 por ciento, un aumento en participación de los trabajadores en la renta del 33 al 42,5 por ciento, y un descenso de la desocupación del 6,1 al 4,4 por ciento, además de un incremento de 800 millones de dólares en las reservas incluso después de desendeudarse con el FMI.
Además, dejó algunas definiciones, como que “a partir de 1955, las denominadas reglas de mercado, que existen y deben respetarse bajo ciertas condiciones, llevaron siempre miseria para el pueblo trabajador”; que “las tesis económicas aplicadas por los técnicos adiestrados en las grandes metrópolis extranjeras solo sirvieron para mantener nuestra dependencia”, y que los problemas económicos que persistían “tienen arreglo sin caer en cirugías monetaristas o reaccionarias”.
Gelbard regresó así a la gestión de su grupo económico, mientras el país se derrumbaba con una presidenta incapaz de resolver la extrema violencia y el caos económico y social. Para marzo de 1976, pocos días antes del derrocamiento de Isabel Perón, otorgó una entrevista a la revista Cuestionario, en la que señaló que existía “una campaña destinada a exhibir nuestras tragedias presentes como un resultado de la política económica aplicada entre mayo de 1973 y octubre de 1974, cuando la realidad es que estamos sufriendo las consecuencias de haber abandonado aquella política. La maniobra es clara: primero se hizo arriar las banderas del desarrollo con justicia social y soberanía, y ahora se trata de asegurar que nadie se atreva en el futuro a levantar estas mismas banderas. Hoy, no hay más que mirar la cara de la gente para ver su angustia”.
Luego del golpe cívico militar, que en una de sus primeras medidas intervino la CGE y la CGT con el objetivo de destruir vidas y registros de aquella alianza de empresarios nacionales y trabajadores que desde el primer peronismo le disputaba el poder a la alianza liberal, Gelbard se exilió a los Estados Unidos, tras lo cual los militares confiscaron sus cuentas y le retiraron su ciudadanía argentina, dejándolo apátrida. En octubre de 1977, un aneurisma cerebral acabó con su vida a los 60 años.
(Fuente: Julián Blejmar / Página 12)
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