Locuaz, verborrágico y frontal, Leandro Santoro habla de su relación con Alberto Fernández, la necesidad de crear un partido kirchnerista, la gestión simbólica y el trotskismo. También carga contra la burocracia sindical: "El peronismo está haciendo un mal trabajo en los sindicatos y hay un avance de los trotskistas en el movimiento obrero".
Ernesto Laclau hablaba de la cadena de significantes como el momento en el que una serie de reivindicaciones distintas se unifican en contra de un “otro”, construyen una grieta -momentánea y coyuntural- en la que se forma un nosotros colectivo. Leandro Santoro es tal vez la expresión de una cadena de significantes identitaria: de su origen militante en la UCR, hoy es más un cristinista radical que un radical K. Se define como gramsciano y socialista, impulsa la partidización del movimiento kirchnerista y es crítico con propios y ajenos: desde la burocracia sindical hasta el trotskismo.
“Un gobierno popular va a tener una presión de pinzas. Por un lado, la derecha diciéndote que hay gente que cobra planes sociales, que ahora ellos son los beneficiados y no los banqueros. Y por otro lado, la izquierda en la calle diciendo que retrotraigan tarifas, que dejemos de pagarle al FMI”, sentencia.
Aunque se define como socialista, Santoro no cree que la elección de Alberto haya sido un giro al centro. “La moderación de Alberto no es ideológica, está mas en las formas que en los contenidos”, explica. Santoro no es precisamente lo que uno consideraría un moderado: locuaz y verborrágico, ha sabido capitalizar en gran medida su buena performance en los medios de comunicación y las redes sociales. De hecho, la semana pasada lanzó una campaña para sumar adherentes que quieran militar las PASO en favor de Alberto y Cristina. “Uno tiene que decir lo que piensa y no especular, pero lo digo en mi rol de dirigente politico. Si me pusiera el sombrero de consultor, recomendaría moderar algunas cosas, o estudiar la sociedad para saber qué moderar y qué radicalizar. Ganar elecciones actuando un papel que no es el tuyo, diciendo lo que no pensás, no tiene sentido”.
Para describir el impulso al Servicio Cívico, propuesto por Patricia Bullrich, utilizaste el término de “gestión simbólica”: medidas que se anuncian para cohesionar ideológicamente, pero que muy rara vez se llevan a la práctica. ¿Qué importancia tiene la gestión simbólica en los gobiernos progresistas?
—Mucha, pero la gestión simbólica no es sólo generar hechos simbólicos sino producir un debate público en la sociedad, que vaya más allá de la decisión administrativa. No es lo mismo que la gestión simbólica apuntarle a la gestión real, a que sea tu único instrumento de gobierno.
—Pero incluso así, es una herramienta de disputa por la hegemonía.
—Sí, pero tiene que ir acompañado de gestión administrativa, económica y política. El problema de este gobierno es que opera en el vacío y utiliza la gestión simbólica para “hacer que hace”, pero no como forma de ganar hegemonía. La construcción hegemónica de la derecha en Argentina la lleva el periodismo, los intelectuales orgánicos de este gobierno no trabajan en el Estado.
—Cierto sector del peronismo procesó la derrota de 2015 con una crítica hacia el exceso de “realto” en el último gobierno de CFK. ¿Creés que, por un lado, se agotó el mito de gobierno y, por otro, se dejaron de lado medidas de fondo de carácter económico?
—Todo depende de la coyuntura internacional. 2014 fue un año de mierda, el tema es cómo intervenir en el proceso social y para eso hay que saber leer el ciclo económico y que éste coincida con un ciclo político. No es lo mismo cuando tenés excedente económico que cuando tenés déficit fiscal. En cierto momento histórico podés hacer reformas estructurales para buscar la igualdad social y en otro momento tenés que aplicar una estrategia más defensiva para tratar de que se caigan la menor cantidad de derechos posibles. A CFK el contexto no la ayudó y, sin embargo, pudo tomar decisiones de gobierno que le permitieron blindar la idea de que el Estado tiene un compromiso con la sociedad.
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