A pesar de los muchos años que debieron transcurrir para asegurar un escenario político propicio al juicio y castigo de los culpables de la dictadura cívico militar, de superar para algunos “adefesios necesarios” al estilo de las leyes de obediencia debida, punto final, el indulto menemista y los distintos intentos de reivindicar el genocidio tanto político como socio económico, queda el amargo resabio de que poco o nada se aprendió. El advenimiento del macrismo es la conclusión final mayor al respecto, por no decir un bochorno a la memoria del pasado reciente.
La ignorancia voluntaria sobre el oscuro período transcurrido entre 1976 y 1983, no sólo es un crimen solapado. Habla de nuestra calidad humana a nivel personal, indistintamente de lo ideológico. Muerte es muerte de donde provenga, sin importar los beneficios obtenidos de acuerdo a la posición ocupada en la sociedad, de las causas o causalidades promotoras del último golpe de estado.
La mayoría queda en silencio cuando se le habla del impacto de las políticas del Proceso de Reorganización Nacional, las cuales pudieron ser continuadas a pesar de voto desde la “primavera radical” de principios y mediados de la década del ochenta, hasta la llegada de los gobiernos Kirchner. Se erradicó el gobierno de hecho, pero su persistencia en democracia es tan alarmante como anacrónica. Para mayor evidencia, salud, educación, empleo, siguen siendo deudas pendientes, más aún en momentos donde el país se halla gobernado por una auténtica asociación ilícita
Superada la etapa histórica, muertos o presos los protagonistas, a más de cuarenta años del hecho las maniobras para justificar lo sucedido siguen “a la orden del día”. Ni hablar durante etapas nefastas como ésta, donde el gobierno intentó eliminar asignaturas como historia de universidades e instituciones educativas.
Se repiten sandeces de que “fue una guerra”, cuando consistió en el exterminio sistemático ordenado por una de las cúpula antecesoras del proyecto neoliberal actual, para propiciar el asalto del Estado; de no haber sido treinta mil los desaparecidos, sino mucho menos, dándoles el mote de “terroristas” porque militar por convicción, sin prebendas, tener conciencia de derechos adquirido y hacerlos valer a través del accionar, indispone al régimen autoritario ladrón del patrimonio de los argentinos, al no poder operar tranquilo ni a su antojo.
Si hoy se pretende deslegitimar, olvidar a quienes no se dejaron arrastrar de la indiferencia para soñar con la construcción de una Argentina mejor, donde los beneficios sean para todos en lugar de algunos, sin caer en el terreno de las comparaciones, será factible mañana poner en duda por qué San Martín, Cabral o Belgrano, entre otros grandes, arriesgaron la vida, sufrieron o murieron en aras de la libertad contra la tiranía, la injusticia, a fin de promover el bienestar de sus compatriotas a expensas del porvenir o el peculio.
Por esa razón, la continuidad del nefasto macrismo al frente del país, aún a nombre de preservar el orden constitucional, de utilizar la terminología, el hecho democrático para dejarlo hacer permitiendo lo inconcebible, es un agravio a la memoria, la verdad, la justicia y más que nunca, a la reparación de los argentinos, a la debida vigencia de quienes en un mundo sumido por el individualismo, dieron desinteresadamente todo por sus hermanos de sangre.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)
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