No queda lejano el recuerdo de los docentes festejando el triunfo macrista en la provincia de Buenos Aires. Ya no deberían pagar más ganancias, ni tendrían las aulas superpobladas de “aguaches”, despectivamente llamados así al tratarse de los beneficiados de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y a causa de lo despectivo del verbo “aguachar”, referente a los animales que se dedican a comer o beber, engordando sin realizar ninguna faena.
Es decir, otra forma solapada más para el viejo concepto del “gorilismo apátrida” cuando hace alusión a las obligaciones sociales del Estado con los ciudadanos, a lo cual cataloga como “asistencialismo”, “alimentar vagos”, mientras pondera la desviación de esos mismos recursos a empresarios, ruralistas, terratenientes corruptos, a lo cual cataloga como mentalidad empresarial.
Pero aunque desgraciadamente muchos maestros no puedan escapar a dicha concepción retrógrada, en cierta forma amparada por algo así como el conformismo, la mediocridad o la “ley del menor esfuerzo”, son los encargados de preparar a las jóvenes generaciones para los nuevos desafíos. Entre ellos, saber elegir a sus gobernantes a partir de la capacidad, el liderazgo, de la eficacia de las medidas tomadas durante el período que les tocó conducir los sagrados destinos de la Nación.
De allí que el primer atentado contra la escuela pública no sólo sean los reiterados intentos de privatizarla, lo cual haría ver a las contribuciones a la cooperadora como una verdadera dádiva en comparación a los costos para el bolsillo de los padres. Le sigue la pauperización de los contenidos a partir de la eliminación de asignaturas como la historia, civismo y de cuanto permita el debate, el diálogo, el análisis, la evaluación acertada, el discernimiento de la realidad.
Le sigue la “frutilla del postre”: La destrucción de las condiciones elementales de los maestros, de paso para impedir que a nadie se le ocurra en los años venideros dedicarse a una profesión “tan sacrificada”, pagando “tan poco”, aunque pueda ser accesible sin necesidad de tener “demasiadas luces”. Una escuela, universidad pública, donde la inexistencia de los establecimientos educativos o el grave deterioro estructural, obligue a implementar una suerte de pedagogía al estilo griego clásico, con los educandos recibiendo conocimientos al aire libre y por qué no, caminando como lo hacían los antiguos sofistas, sin sentirse obligados a ir a levantarle la cosecha al patrón después de distraerse un poco aprendiendo tantas tonterías.
El país agro exportador, el modelo de venta de bienes y servicios que según la vicepresidenta, Gabriela Micchetti forma parte de la visión del “paraíso macrista” para los tiempos, impone el re direccionamiento de los gastos. Ya no más científicos, ni “heladeras en órbita”. ¿Para qué, si en el extranjero lo hacen mejor?
Por ese motivo; ¿cuál es la razón, dicho sea de paso, para no educar a las nuevas generaciones de argentinos, acerca de la imperiosa necesidad de vivir en la incertidumbre y acostumbrarse a esta situación, ocupando el papel que le corresponde a cada uno en la pirámide del desarrollo?
¡Abajo las carpas docentes! ¡Arriba los containers para dar clases!
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)
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