La lamentable la desaparición del submarino ARA San Juan puso a la vista de todos los argentinos el descontrol que, en forma sostenida y creciente, se manifiesta en el Atlántico Sudoccidental desde hace al menos 40 años. De hecho, mucho peor hoy, que la incapacidad en la que se encontraba la Argentina, en los recordados episodios de febrero de 1960 en el Golfo Nuevo. Desde 1982, los británicos no sólo están en posesión de los 11.410 km2 de nuestras Islas, sino, lo que es más grave aún -y los sucesivos gobiernos lo han invisibilizado a los argentinos- que estos están ocupando millones de kilómetros cuadrados del territorio marítimo argentino, explotando nuestros recursos naturales, entre ellos los pesqueros con los que sostienen la economía de Malvinas y, avanzan sobre la exploración de hidrocarburos y minerales.
Todo esto, defendido por el Reino Unido con la base misilística más importante del cono sur; el importantísimo aeropuerto de Monte Agradable con dos pistas de asfalto, asiento militar de tropas de la Royal Air Force británica, y las periódicas operaciones marítimas con las que reafirman la ocupación británica de nuestro atlántico sur y océano austral, además de reivindicar derechos sobre la Antártida Argentina.
A ello, debemos sumarle la extracción clandestina de más de un millón de toneladas anuales de recursos pesqueros migratorios, dentro y fuera de la ZEE Argentina, por parte de embarcaciones extranjeras. Muchas de las cuales se reabastecen en puertos del Uruguay y mantienen relaciones de amistad con la Argentina, tal es el caso, de los pesqueros españoles que, con o sin bandera británica de las islas, pescan en aguas argentinas o recursos migratorios de estas.
En este escenario, alguien podría explicar, ¿qué hacía el antiguo submarino ARA San Juan sumergido en aguas al este de Malvinas o en el talud continental? Cuando todas las autoridades de la Subsecretaría de Pesca, de la Armada y Prefectura conocen perfectamente la posición de los barcos extranjeros, que, año tras año, extraen clandestinamente nuestros recursos. Instituciones que además, reciben cientos de denuncias de los capitanes de pesca argentinos. Amén, de las fotografías satelitales de la NASA que muestran las potentísimas luces de cientos de poteros extranjeros, que están a la captura del calamar en el límite de la Zona Económica Exclusiva.
Ahora, ¿desconocía la Armada Argentina, el efecto que podría ocasionar el submarino San Juan de haberse estado realizando un operativo militar americano-británico en el espacio marítimo ocupado por el Reino Unido? Y agregando a la hipótesis: y si el ARA San Juan hubiese ingresado a esta “Zona de Exclusión y Protección Militar”, ¿lo habrían tolerado dos de las más importantes flotas del mundo, sin riesgo de caer en el ridículo entre sus pares?
Nos quedaría por ratificar si Estados Unidos solicitó permiso a la Argentina para operar en el área marítima bajo control inglés. No parece probable, ya que de haberlo hecho, hubiese estado reconociendo la soberanía argentina en ese espacio. Si los americanos no pueden pedir permiso por esta razón no hay forma que el Congreso los autorice. ¿Alguien en su sano juicio del P.E.N. podría sugerir hacer la vista gorda para no entorpecer esas eventuales operaciones americanas? Si ello es posible, se podría estar encontrando un justificativo para la presencia del submarino argentino en el área de la operación conjunta extranjera, porque, independientemente de recibir una orden de tolerar este accionar extranjero, la operación no podría dejar de ser controlada por la Armada Nacional en el territorio marítimo argentino. De ahí que haya quienes largaran a rodar que se trataba de una operación secreta.
A todo ello se agrega el Satellite Launch and Tracking Control General (CLTC) en Neuquén bajo soberanía y control del Ministerio de Defensa chino e importantes pistas en la Patagonia en poder de privados.
No era necesario que 44 tripulantes y un submarino argentino desaparecieran, para darse cuenta que un amplísimo territorio nacional está sin control. Venimos denunciándolo hace décadas y parece cierto aquello que los argentinos y nuestros gobiernos viven de espalda al mar. Y así nos va.
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