Proletarios Unidos, vieja consigna del padre del Socialismo Ciéntifico Carlos Marx, es un espacio que intentará reflejar, acercar y unir a todos aquéllos que se sientan parte de la clase trabajadora sin distinciones de partidos o ideologías. Así y con respeto, la idea es volcar temas, consignas, debates , opiniones, etc, para fomentar, acrecentar, valorar y concientizar el papel, el rol y los derechos de la clase trabajadora. Como manda la historia nacemos un 1 de mayo.
sábado, 27 de octubre de 2018
Naomi Klein: “El gran triunfo del neoliberalismo ha sido convencernos de que no hay alternativa”
–A su juicio, ¿cómo hay que resistir?
-El concepto en solitario es limitado. Claramente que hay que resistir y manifestarse. Mi punto es que el movimiento de resistencia no es suficiente y no nos llevará a las causas reales que nos explicarán el auge de estas ideas, que tienen que ver con el fracaso de las ideas del neoliberalismo a la hora de dar respuesta a las expectativas de las personas. Necesitamos más resistencia pero también un movimiento que transforme desde una resistencia.
Para la periodista canadiense no se puede destinar energía exclusivamente a batallas defensivas. “El No nunca fue una opción. Para mí fue evidente con la crisis financiera de 2008. La resistencia fue muy fuerte y creativa. El movimiento de los indignados en España u Occupy Wall Street en EEUU, que se opusieron a las medidas de austeridad y dijeron ‘No queremos pagar por vuestra crisis’”, recuerda.
Aquellos movimientos no generaron cambios estructurales porque no crearon ninguna narrativa de futuro. “La crisis real era de imaginación. No vimos suficientemente claro eso. El proyecto neoliberal tuvo éxito. Su gran triunfo ha sido convencernos de que sin ellos no hay alternativa”, dice.
El título del libro viene de una discusión que sostuvo con Alexis Tsirpas justo antes de ser electo primer ministro griego, liderando el descontento ante un rescate financiero que hundiría el sistema social del país. “El me decía que con decir No era suficiente. Para mí lo que estaba muy claro era ser creativo para poder proponer soluciones y alternativas. Grecia es un buen ejemplo de los peligros que corremos si no proponemos alternativas y movilizamos a la gente”.
–¿Qué ejemplos positivos de cambio destaca?
-El debate que se ha abierto sobre la sanidad. Trump intentó revocar un programa y dejar a millones de americanos sin asistencia sanitaria, pero no pudo. Y ahora las olas de resistencia generadas buscan algo más: sanidad universal, pública y gratuita. Bernie Sanders impulsa esta alternativa y es el político más popular del país, con un proyecto respaldado por 20 senadores. Otra visión esperanzadora es la de Jeremy Corbin en el Reino Unido. En todas las encuestas salía perdedor, y sin embargo el partido Laborista obtuvo el mayor número de votos desde la Segunda Guerra Mundial. Durante la campaña elaboró un manifiesto con una visión muy osada del futuro que incluía una seguridad social gratuita, eliminar las matrículas de las universidades, una transición hacia energías limpias, nacionalizar el sector energético y el ferrocarril. Las personas vieron que ese programa cumplía con sus expectativas”.
Klein no quiere difundir un sentimiento de autocomplacencia del tipo “los americanos están locos y nosotros somos mejores”. “Europa no puede sentirse superior. Trump es tan personaje que los demás se ven como unos santos. Pero mira a Macron en Francia. Se presenta como la alternativa pero sus políticas fiscales son tan pro ricos como las de EEUU. Las políticas de Trump son indignantes, como querer construir un muro con México. No sabemos si lo hará finalmente. Pero actualmente Europa deja morir a miles de refugiados en el mar y permite que un gobierno represor (Turquía) intercepte a las personas y las encierre en campos de concentración para que no entren en Europa. Eso es peor que cualquier cosa que pueda estar haciendo Trump ahora mismo”.
Del Caño: “No solo el Gobierno es responsable del ajuste, el peronismo es cómplice”
jueves, 25 de octubre de 2018
La historia de Techint
miércoles, 24 de octubre de 2018
Llegó el día: este es el troll center de Cambiemos desde adentro
Finalmente apareció el Call Center. Un hombre ingresó con una cámara oculta a las oficinas donde el Gobierno lleva a cabo sus campañas en redes y obran lostrolls macristas.
Según revelan los propios integrantes, son empleados estatales de planta transitoria cuyo "derecho de piso", consiste en realizar estas tareas extraoficiales, como por ejemplo realizar timbreos.
Además, los torlls resaltaron que utilizan un guión pautado de antemano y que su horario de acción son parte de las horas asignadas para su verdadero trabajo en la dependencias del Gobierno.
Cuadernos del chofer: así presionó Bonadio a los "arrepentidos"
Indignante: el fiscal Delgado denunció por persecución a Bonadio y la AFI
El fiscal federal Federico Delgado denunció una persecución en su contra por parte de los jueces Claudio Bonadio y Marcelo Martínez de Giorgi, así como del empresario Jorge "Corcho" Rodríguez, el abogado Victor Stinfale y el titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas, y pidió la intervención del Procurador General de la Nación, Eduardo Casal.
"A esa persecución se han sumado jueces federales como (Cluadio) Bonadio, (Marcelo) Martínez de Giorgi y dos integrantes de la Cámara Federal", disparó Delgado en su escrito.
Delgado fue denunciado tanto por el empresario Rodríguez, por el jefe de la AFI y el abogado Stinfale: a todos ellos el fiscal los investigó por distintas causas.
A Stinfale por la tragedia de Time Warp donde se sospecha de la venta de droga, causa de la que fue apartado por recusación; asimismo lo hace a Rodríguez por el escándalo de Odebrecht y a Arribas por supuesta recepción de dádivas desde Brasil.
"En todos los casos los representantes del Ministerio Público han considerado que se debía desestimar las denuncias por inexistencia de delito", recordó Delgado.
En ese sentido, refirió que en su contra se han hecho "denuncias penales, sumarios administrativos, apartamientos de causas a instancias de presiones de parte de los imputados, sin soporte institucional y en una unidad de tiempo relativamente pequeña que coincidió con mi intervención en causas sensibles".
"Las recusaciones y las denuncias penales y administrativas se han transformado en instrumento espurio para amedrentar fiscales. No se puede trabajar bajo amenaza ya no se trata de ser removido de un expediente sino incluso acusado de delitos en el ejercicio de mi función", dijo Delgado al pedir la intervención de Casal.
martes, 23 de octubre de 2018
Procesaron al dueño del supermercado Coto y a su hijo por tenencia de armas y explosivos
jueves, 18 de octubre de 2018
" La Inquisición Neoliberal " en la Batalla Cultural
La palabra de Fernando Borroni en la Batalla Cultural
El imperio del consumo Por Eduardo Galeano
La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.
La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.
La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.
El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.
EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.
«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».
Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.
El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.
Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald's, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.
El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald's no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald's dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald's de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.
Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald's viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald's, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.
Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.
Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?
El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.
Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.
Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?
El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.
El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.
La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.
Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.
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Ministros para Bolsonaro

domingo, 14 de octubre de 2018
Panorama de Brasil
sábado, 13 de octubre de 2018
viernes, 12 de octubre de 2018
Los pícaros de la resolución 125 ayudados por el secretario Etchevehere embolsaron un plus de $ 10 mil millones
La historia oculta de la legendaria resolución 125 comenzó en el año 2006 – 2007 con unas DJVE (Declaración Jurada Venta al Exterior) truchas, presentadas por lo que podría denominarse “los hermanos de la Costa”. Pero no de la isla Tortugas, sino del río Paraná en las inmediaciones de Rosario, donde tienen grandes plantas dedicadas al acopio y crushing (aplastamiento) de los granos, para su posterior venta al exterior. Los que se encuentran asociados en CIARA (Cámara de la Industria Aceitera de la RA) y CEC (Centro de Exportadores Cereales).
Dichas DJVE truchas las hicieron con el objeto de congelar al momento de su presentación las retenciones que debían pagar por sus exportaciones, ante la expectativa que el Gobierno las subiría. Pero no obstante a mediados del 2007 y principios del 2008 el precio de los granos comenzaron a subir mucho más, lo que les impedía cumplir con esas DJVE.
jueves, 11 de octubre de 2018
¿ Bolsonaro, es de extrema derecha?
Corte mano, corte fierro
Una pelea por el manejo de la comunicación y la información del Poder Judicial puso en escena la interna salvaje que atraviesa la Corte Suprema. Todo empezó con una resolución del nuevo presidente del tribunal, Carlos Rosenkrantz, donde responsabilizaba a su antecesor, Ricardo Lorenzetti, de vaciar, paralizar y retacearle las claves de acceso de la página web del Centro de Información Judicial (CIJ). Pero la respuesta del supremo desplazado llegó rápido, en una carta donde lo acusa de maltratar a la funcionaria que manejaba esa publicación “apartándose de la política de violencia de género y protección a la mujer”, le endilga un intento por privatizar ese sitio y haber creado un clima de “tensión, de temor, de amenazas telefónicas y falta de respeto a los derechos del trabajador y de la persona humana, así como a los procedimientos internos”. “Lamento muchísimo semejante mediocridad”, dice el texto de Lorenzetti que –además– le adjudica a su colega gestos propios de “épocas que hemos querido superar”, en una alusión elíptica a la Corte adicta de los años noventa. Todo este tiroteo verbal sucedía mientras transcurría el J20, con la presencia de jueces y juezas de cortes de todos los países que integran el G20. La primera foto que publicó ayer el CIJ, ya bajo dominio de Rosenkrantz, es un retrato de la Corte en pleno, con Mauricio Macri en el centro, casi como un supremo más, en el contexto de esa reunión internacional en la que hasta hace unas semanas iba a ser Lorenzetti el principal orador que daría la bienvenida, hasta que sus colegas le cortaron el mandato.
Con los últimos preparativos para la cena de bienvenida para los participantes del J20 en el Palacio de Justicia, el lunes por la tarde se conoció una resolución firmada por Rosenkrantz en la que atribuía a Lorenzetti del desmantelamiento del CIJ. En parte, porque había decidido trasladar a la mayoría de su personal a otras dependencias antes de dejar la presidencia, entre ellas a su propia vocalía, como es el caso de María Bourdin, que comandaba el CIJ y la Secretaría de Comunicación y Gobierno Abierto, y su subdirector, Pablo Méndez. Esa área, criticó el flamante presidente, “ha quedado acéfala y sin personal suficiente”, “lo que ha hecho imposible su funcionamiento comprometiendo de ese modo los trascendentes objetivos que dieron lugar a su creación”. Pero atribuyó la paralización del sitio en cuestión, que brinda información sobre fallos y la actividad de la Corte, a que Lorenzetti y equipo le negaban las claves y dispositivos tecnológicos de acceso. Rosenkrantz había mandado a un consultor externo, privado, a pedir esa información para el manejo informático. En teoría, lo había contratado para el J20. Y le dijeron que no, precisamente por su ajenidad al Poder Judicial. Como represalia, le abrió un sumario a Méndez. Su resolución, además, afirma que el CIJ depende de “la autoridad directa (el subrayado es de Rosenkrantz) del Presidente del Tribunal”, que “debe contar de modo urgente con los medios para continuar el servicio provisto por el CIJ entre los que se cuentan el acceso exclusivo e irrestricto a la página web”. Finalmente, instruía al secretario general de administración a su “recuperación”.
La interna suprema era visible desde hacía tiempo, aunque quedó plasmada en el desplazamiento anticipado de Lorenzetti de la presidencia –bienvenido por el gobierno de Cambiemos, que además ve en Rosenkrantz y aliado– y adquirió un cariz novelesco a partir de la pulseada sobre el CIJ, que posiblemente se traslade pronto a otras áreas y temas, como la administración, la organización interna, y las escuchas telefónicas, entra otras. Algo impactante del día de ayer, fue que mientras Rosenkrantz le daba cuerpo a su primer discurso como presidente supremo ante los titulares de cortes supremas de los países del G20, y reivindicaba “las reglas” como único camino para el “desarrollo equitativo y sustentable” y “la cooperación”, Lorenzetti se preparaba para enviar la carta que lo acusa de pretender “modificar principios fundamentales” del “funcionamiento y jurisprudencia” de la Corte. “Ha costado mucho cambiar lo que había”, insistió en aludir con un mensaje subliminal a la vieja corte políticamente adicta del menemismo.
“Me ha sorprendido su resolución número 3018 que ha publicado con ribetes de escándalo, algo que nunca ha sucedido en los últimos años y propio de épocas que hemos querido superar. Lamento muchísimo semejante mediocridad pero, estando en juego el prestigio de la institución me veo obligado a contestar”, dice al comienzo la carta a Rosenkrantz. Luego describe hechos: “Usted se apersonó en el despacho de la secretaria de Comunicaciones (Bourdin) efectuando expresiones que contrarían las directivas de la política de Estado en materia comunicacional, proponiendo una suerte de privatización del CIJ. Ante la respuesta de que eso debía ser decidido por la Corte, y no sólo por la futura presidencia, hubo expresiones que se apartan notoriamente de los criterios de respeto que se le deben a un secretario de Corte (que tiene rango de un juez de Cámara), de la política de género y protección de la mujer que la propia Corte lleva adelante…”. A partir de ese relato, explica que Bourdin “para mantener su dignidad profesional y no obstaculizar” pidió su traslado, igual que otros empleados. Y le aclara, con un dejo de ironía, que “si lo desea puede pedirles que se vuelvan” pero “lo que no puede hacer es obligarlos”.
Hasta aquí, la paradójica denuncia de una escena con tintes de violencia de género, en la única Corte Suprema que tiene una oficina especializada en recibir denuncias de esa temática. Luego, le señala que mandó a una persona que pertenece a una consultara privada, Ariel Alberto Neuman, para que le entregaran a él toda la documentación. Le recrimina que debió plantear la cuestión en el acuerdo de los supremos, pero en cambio “ordenó telefónicamente pedidos de sumarios a quienes estaban ya en otros sitios”. “Nunca ocurrió en la Corte algo así. El clima de tensión, de temor, de amenazas telefónicas, de falta de respeto de los derechos del trabajador y de la persona humana, así como de los procedimientos internos de la Corte, fue lo que generó la paralización momentánea” del CIJ, “de menos de una semana” y que “era perfectamente solucionable con un comportamiento razonable”. Lorenzetti le recrimina a Rosenkrantz pasar por encima de los procedimientos habituales, como llevar al plenario de jueces la propuesta de un nuevo secretario o secretaria. “No hay razón para este tipo de medidas autoritarias, sorpresivas que no fueron habladas antes entre los ministros, que provocan un escándalo que no hace nada bien al tribunal”, enfatiza.
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