"El que quiere trabajar, trabaja"- dice don Carlos, el del almacén, enojado porque el pibe que quiso emplear para dependiente se negó a laburar los domingos por 200$ el día
- "Buscás a alguien que te barra la vereda, y no aparece ninguna, están todas cobrando planes"- sostiene Elsa, muy molesta por tener que tirar el pan duro y las zapatillas rotas que le iba a dar , junto con 20$ a la que tenía que barrer y baldear la vereda antes de las 7
-"Se ha perdido la cultura del trabajo"- afirma el empresario que tiene a sus empleados en negro y que despidió a una de las chicas por estar embarazada.
- "Ya no conseguís una doméstica, todas saben más de leyes que vos"- se queja Marta que ofrece 50$ la hora, y hay que lavar, planchar, atender a su suegra con Alzheimer y cocinar
Estas frases las escuchás en todos lados. El almacén, la cola del banco, la peluquería, el after office. Indigna que te hayan sacado al esclavito o esclavita que podías oprimir por dos mangos y una bolsa de ropa usada, es incómodo que, de golpe, la figura invisible que lavaba tu baño o activaba la producción de tu fábrica levante la cabeza y se atreva a mirarte a los ojos, a bajarte de tu pedestal de clase superior que tanto te cuesta mantener frente a los que sospechan que no sos tan "bien" y te reclame derechos.
¿Cómo va a avanzar el país así, con gente que quiere sueldos en blanco, aportes jubilatorios, derecho, dignidad, justicia? Eso es para vos, no para ellos o ellas.
Entonces escupís tu rabia y tu frustración desde el Corsa pagado en autoahorro y el viaje a Brasil tarjeteado en 132 cuotas contra esos inadaptados que se niegan a seguirse dejando pisotear, contra esos pibes que se atreven a soñar con el mismo Iphone que tiene tu hijo o hija adolescente, contra esas negras que avanzan en la misma cola del banco que vos. Los odiás porque te recuerdan que no estás tan cerca como creés de esos que salen en las páginas de Hola o de Gente, te enfrentan al hecho irrefutable de que no sos invitado al banquete, apenas sos el maitre que se siente superior maltratando al que lava los platos en la cocina, sin querer comprender que el dueño del restaurant los mira a ambos con el mismo desprecio...
("Cartas para la manada", Cecilia Solá)
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