Debo reconocer que en ese período tan querido de la existencia como lo es la juventud, donde se trata de llegar a la verdad absoluta a través de la sola crítica, con la “fórmula mágica” de las “ideas preconcebidas listas para la implementación”, sin tener en cuenta factores decisivos como escenario, realidad, actores políticos, estrategias, me deje seducir por la versión del anti estalinismo más puro.
El análisis de los partidarios de la Cuarta Internacional, en medio de argumentaciones absurdas, versando que ser comunista es estar a favor de renunciar a la propia persona en favor de la colectividad y estar obligado a compartir el cepillo de dientes con el vecino, de un Fidel Castro funcional a los intereses del viejo Bloque del Este, no me habían parecido tan infundados al interior de mi purismo político primigenio.
No estaba preparado para comprender la necesidad de asegurar tanto el mantenimiento del orden como del control frente a un enemigo distante a ciento cincuenta escasos kilómetros, desestabilizando dentro de la isla “a nombre de una democracia nominal y retórica que no sirve más allá de justificar a los enemigos del país o morirse de hambre, de los más de seiscientos intentos de asesinato contra la vida del primer ministro de Cuba.
Sí percibía, en cambio, a aquellos hablándome de lo “ruinoso” del castrismo, defender formas centenarias de sometimiento social, político y económico que eclipsaban con su perversidad la más mínima contradicción del sistema socialista implementado. Pero me habían hecho creer que la Revolución había perdido el rumbo a nombre de la burocracia, del “cambio de amo”, pese a lo heroico de su lucha y la trascendencia de su legado.
Reflexiones posteriores
En medio de los falsos arquetipos hollywoodenses, Jack Palance mediante, interpretando a un Fidel Castro oportunista y más aferrado a los beneficios del capitalismo de lo usual, va aflorando la realidad como hija dilecta del transcurso del tiempo. No es menester apegarse siquiera a las más fieles representaciones cinematográficas, las biografías favorables o detractoras, sino a la observación objetiva de los hechos, como punto de partida de la comprensión de la realidad.
Pese a abrazar ideales humanistas, con un original contenido indiscutible de fraternalidad más allá de las cuestionables formas de su aplicación, la versión castrista del socialismo, del comunismo, no estuvo exenta de fallas ni atropellos en todos los ámbitos, aún cuando sus más acérrimos defensores pretendan darles una explicación lógica.
A gobierno cubano se lo pudo culpar de crasos errores de planificación económica, de no permitir la salida de sus ciudadanos, de la falta de garantías existentes en una democracia nominal. Pero el acierto de la revolución no se sustentó en esas falencias, sino en el mantenimiento a rajatabla de conquistas de todo tipo que sin apelar a muy cuestionables alternativas e instrumentos dentro del concepto clásico de la libertad, hubiera desaparecido hace décadas y Fidel Castro no ocuparía para muchos un sitial de privilegio entre los mayores estadistas de la humanidad.
CARLOS ALBERTO RICCHETTI
(DNI: 20.573.717)
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