Por Alfredo Zaiat
Intelectuales y analistas del establishment académico y mediático están lanzados a construir el relato del macrismo. Uno de los pilares épicos que ponderan es la decisión política del regreso de Argentina a las reglas del mundo global. En estos diez meses han estado desfilando CEO de multinacionales que festejan y funcionarios de potencias occidentales que elogian ese retorno. No es sólo publicitar el abandono del aislamiento internacional, como exponentes del conservadurismo han vulgarizado la política exterior del kirchnerismo, sino de postular la redefinición en la forma de relacionarse en el concierto político y económico mundial. Como si nada hubiera cambiado en el mundo desde la caída del Muro de Berlín, la dominancia de las finanzas globales, la irrupción de China como potencia económica y la debacle del 2008, el macrismo se ha arrojado a los brazos del capitalismo global siglo XXI. Es recibido con entusiasmo porque en un mundo sediente de mercados para descargar excedentes de producción y para conseguir rentas financieras fabulosas, el gobierno de Mauricio Macri ha ofrecido el espacio económico argentino para que pueda ser capturado. La cuestión central que no evalúan en toda su dimensión los intérpretes de la marcha libertadora del macrismo es que ya no existe ese mundo global de décadas pasadas. Hoy está en una profunda crisis sin señales claras de cuál será el desenlace.
La banca central estadounidense (Reserva Federal) subiría la tasa de interés a fin de año, dejando atrás uno de los ciclos más prolongado de costo del dinero en casi cero. El principal banco alemán y europeo Deutsche Bank está tambaleando y analistas del mercado financiero están especulando con que puede ser otro Lehman Brothers, el banco de inversión estadounidense que precipitó el derrumbe de 2008. La banca italiana está en terapia intensiva. La economía europea no reacciona y Gran Bretaña decidió salir de la Unión Europea, síntoma del deterioro general de la región. El proteccionismo y el nacionalismo están avanzando a paso firme en las potencias económicas como respuesta a una crisis económica provocada por el neoliberalismo, que como única respuesta entrega políticas de austeridad extendiendo el estancamiento e incrementando la exclusión social. Retroceso económico, laboral y social que se expresa en una crisis de la representación política y el consiguiente surgimiento de figuras por fuera de las estructuras tradicionales, como Donald Trump en Estados Unidos. La economía asiática ya no es tan dinámica y la china sigue liderando la tabla de crecimiento global pero lo hace con variaciones lejanas de los dos dígitos. Brasil continúa en un círculo vicioso de deterioro político y económico sin un horizonte cercano de superación. La crisis global está conformando una economía mundial de deflación y sobreproducción.
Hacia esa inestabilidad política, económica y social internacional se ha lanzado el gobierno de Macri. Quienes se han erigido en herreros del relato macrista festejan el abandono de lo que denominan despectivamente populismo, y plantean que se ha abierto una etapa crucial de refundación del país. No es una idea nueva la de forjar un destino venturoso liderado por las elites. Uno de los aspectos más tierno de esa elaboración voluntarista es que quienes la formulan han sido feroces críticos del cortoplacismo del populismo, y ahora dicen que ese futuro maravilloso está supeditado a que el oficialismo triunfe en las elecciones de medio término del próximo año. Por ese motivo aceptan como licencia de corto plazo un déficit gemelo (fiscal y externo) elevadísimo para sus almas puras de la ortodoxia que nunca convalidarían en un gobierno populista, y un vertiginoso endeudamiento externo e interno, en pesos y en dólares, recursos que sólo son utilizados para cubrir esos inmensos baches y para cancelar deudas. Es un combo explosivo que está subordinado a la construcción de la Argentina idealizada de las elites.
El macrismo y sus satélites políticos han repetido hasta el cansancio que el país estaba fuera del mundo, y que ahora son ellos quienes han emprendido la tarea fundamental de hacerlo parte. Se sabe que ese supuesto aislamiento fue una de las tantas confusiones deliberadas que ha moldeado el sentido común en los últimos años. El aspecto interesante es evaluar a qué mundo el macrismo ha decidido incorporar a la economía argentina, y fundamentalmente de qué modo. Como si nada hubieran aprendido de la historia, la definición geopolítica y económica ha sido la de anudar una alianza estratégica con Estados Unidos, potencia que en la actual etapa del capitalismo global ya no está sola en la cúspide del poder económico, sino que ha empezado a compartir ese espacio privilegiado con China. Esa opción geoestratégica y económica se parece bastante a la decisión de las elites de la década del ‘30 del siglo pasado con la firma del pacto Roca- Runciman, de subordinación económica a la potencia declinante (Gran Bretaña) en desmedro de la emergente (Estados Unidos); hoy se reitera esa defectuosa perspectiva histórica de las elites argentinas.
Desorientación que también la manifiestan al promover una amplia apertura financiera y de libre comercio cuando el mundo ya ha empezado a transitar lento pero a paso firme hacia el proteccionismo y el nacionalismo. Es una de las principales razones para entender el entusiasmo de CEOs y de diferentes funcionarios de potencias occidentales con el gobierno de Macri. No hay muchos países que en el actual contexto económico mundial abran sus mercados sin pedir nada a cambio. La Argentina de Macri lo hace y con fanatismo. Facilita el ingreso de bienes de Estados Unidos, Brasil, Asia y Europa que rápidamente desplazan a la producción nacional. Si algún intelectual orgánico del macrismo busca respuestas de las razones a la cálida bienvenida que recibe Macri en el mundo occidental, en contraposición a la creciente resistencia que despierta a nivel local, debe encontrarlas en esa apertura fuera de época que está desplegando.
Recientes informes de organismos internacionales dan cuenta de la crisis internacional a la que el macrismo le abrió las puertas argentinas de par en par. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que agrupa a 34 países desarrollados observa que la economía mundial ha ingresado en la trampa del bajo crecimiento. “La espiral no es ascendente, sino descendente. Con caída del comercio, baja productividad, y reducción del crecimiento global”, apunta. El FMI señala que “desde 2012, el crecimiento del volumen del comercio mundial de bienes y servicios ha sido menos de la mitad que en las tres décadas anteriores. Apenas se ha mantenido a la par con el PIB mundial y la desaceleración ha sido generalizada”. La UNCTAD, la organización de la ONU que monitorea a las economías de los llamados países en desarrollo, advierte en World Economic Situation and Prospects 2016 que el mundo está a punto de “entrar en una tercera fase de la crisis financiera y no se pueden descartar espirales deflacionarias dañinas”. Destaca que no hay inversión en los sectores productivos y que muchos países han aumentado la distancia con los países ricos en relación con la década de 1980, a pesar de la apertura a los flujos de capital multinacionales. Para indicar que “la mayor parte de esos beneficios obtenidos han salido de los países o se han invertido en sectores no productivos como el inmobiliario o la especulación financiera”.
A estas reglas del mundo global, en un escenario económico internacional perturbador, el macrismo ha apostado para emprender la refundación de la Argentina conducida por las elites. No hace falta conocer mucho de historia ni de coyuntura mundial para saber cuáles serán los costos del regreso a ese mundo.
Alfredo Zaiat
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