Además de argumentos al estilo “Yo no lo voté”, de “a mí el que me gustaba era Massa”, cuando en segunda vuelta sus votantes optaron masivamente por Macri; de los sinceros arrepentimientos posibles, es falsa la creencia de que los electores del presidente más corrupto de la historia argentina y del mundo, no supieran cuanto iba a hacer una vez llegado al poder.
Ninguno desconocía los antecedentes del primer mandatario, de sus negocios fraudulentos con el estado, de los resonantes casos de desfalco, de corrupción de los cuáles fue singular protagonista junto a la familia. Era cierto cuando uno de los funcionarios de su gobierno dijo a quienes no les gustaba la forma de conducir el país, “votaran a otro”.
Macri sigue nombrando amigos, vaciando el país, estafando al erario, contratando con las empresas suyas, donde tiene acciones o allegados obrando a su nombre. En cada dependencia, nombró reconocidos legatarios de la decadencia nacional, de la quiebra del estado que primero Néstor y después Cristina Kirchner volvieron a reactivar sobre la base del paulatino aumento del consumo que el presidente busca pulverizar, para que los altos índices de conciencia nacional logrados, cedan ante la imposición de una voluntad ciudadana dócil, permeable o dependiente, doblegada al favor político corrupto en detrimento de su dignidad.
Odiar, en vez de incluir
Si algo es seguro, es que el votante de Macri continúa sintiendo el mismo desapego y desprecio por los sectores emergentes. Al beneficiario de planes sociales, lo cataloga de vago, subsidiado, “planero”. Apartado de toda conciencia de apoyo e inclusión, bautizará con el despectivo término de “asistencialismo”, la recreación de un escenario político, económico o social que, con el auspicio de un gobierno determinado, genere oportunidades, condiciones individuales y colectivas de desarrollo sostenible.
No lo hace siquiera en el disparatado afán de contribuir a los ricos con mentalidad de empresa, en el interés de pertenecer a ciertas clases privilegiadas de la cuales en la mayoría de los casos jamás podrá ser parte. Sus legítimos fundamentos son la gigantesca insolidaridad que celosamente oculta, porque hasta se siente avergonzado de darla a conocer. Puede ir a misa de lunes a domingo, ir a Caritas donar ropa a los pobres, dar ejemplo de falsa dignidad, de hipocresía, de exclusión, de reclamarle a los demás cuanto no podría dar al prójimo, de ausencia de compromiso, de indiferencia.
A lo sumo, de forma disimulada y así sea con la espalda realizará el servil papel de escalonar el acceso de los poderosos de turno, traicionando gratis a sus iguales, sin tener vinculación directa que permita interpretar a simple vista la intención, aunque
históricamente siempre la hayan perjudicado, comprometiendo el futuro de las próximas generaciones. Sin embargo, eso no le importa. Se trata de cambiar, aunque la mayoría acabe “sufriendo por su bien”, le resulte imposible prosperar, progresar, incluido a él, pero, en definitiva, experimentando el orgullo, la seguridad, el indisimulado júbilo porque el nacido barrendero deberá morir barrendero y por fin todo volverá a la normalidad.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20573717)
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