La asunción del republicano Donald Trump pone de manifiesto sin lugar a dudas, la pretensión de las corporaciones de Estados Unidos de ir por los recursos mundiales a gran escala, a fin de robustecer su poder y para lograrlo, necesitan recuperar el que suelen denominar su “patio trasero”: América Latina
Para lograrlo, apelo a la complicidad de los “aliados interiores”. Su primer blanco, fue el golpe contra el Gobierno de Manuel “Mel” Zelaya en 2009. Le siguió la destitución del ex sacerdote católico Fernando Lugo de 2012, líder opuesto al poder de la maquinaria política paraguaya. Ese mismo mecanismo utilizaron en Brasil para derrocar a mediados de 2016 a la presidenta constitucional, Dilma Rousseff.
Mientras la vigencia de la constitución impuesta por el dictador Augusto Pinochet amordaza cualquier intento de instalar un gobierno chileno alternativo, Tabaré Vázquez, proveniente de la “derecha al interior de la izquierda” del Frente Amplio uruguayo, impuso sus propias condiciones. Sin desalentarse por estruendosos fracasos tanto en Ecuador como Bolivia, la rapacidad imperial siguió allanándose el camino hacia una restauración pro norteamericana.
No fue necesario invadir, ni alterar el orden constitucional así sea de la manera más exquisita. Bastó emplear los “socios de Estados Unidos” como cartabón, amparados en erróneas concepciones de democracia, una irrisoria defensa derechos o de la libertad de prensa, para atacar en forma de partido político invisible una vez cerciorada de la inutilidad de financiar una oposición incapaz y sin argumentos.
Fue la gran prensa de Buenos Aires y sus satélites la que posibilitó instalar un gobierno sin más programa que el de asaltar la caja del Estado, cuyo encaje se triplicó por las políticas de los gobierno kirchneristas; calificar de “reparación histórica” la entrega de parte de ese dinero al exterior y endeudar irremediablemente al país para pretender garantizar el continuismo de las políticas neoliberales.
No en vano el macrismo redobló la apuesta de la década menemista. Incluso se abstuvo de las viejas políticas de “seducción” a los kelpers, renunciando en la práctica al soberano reclamo sobre Malvinas. Habla de una pasada “mala administración”, de “pesada herencia recibida”, recorta el presupuesto educativo, reprime salvajemente a los maestros, destruye fuentes de trabajo, quita remedios a jubilados, pero gasta dos mil millones dólares en la mayor adquisición de armas de los últimos cuarenta años. Y si el país estaba tan mal; ¿por qué le dan tanto crédito?
¿Será para “combatir al terrorismo”? ¿De dónde viene la amenaza? ¿Del pueblo? ¿Justo ahora que los líderes mundiales se afilan las uñas, de cara a un eventual Tercera Guerra Mundial? ¿En realidad no pretenderán someter la Argentina a una confrontación a favor de los intereses de los socios norteamericanos de
Cambiemos, transformándola en un objetivo militar peor que cuando los atentados a la AMIA o a la DAIA?
¿Sería que quieren revivir la “colimba” ya no para que los jóvenes argentinos “le hagan el siervo gratis al sargento o al coronel de turno”, “no se vuelvan delincuentes”, sino para mandarlos a robar su petróleo a los venezolanos, atacar Corea del Norte o usarlos de “carne de cañón” peor que la dictadura en la Guerra de las Malvinas, porque de esta manera ni siquiera caerían defendiendo la Soberanía Nacional?
Lo que no terminan de comprender Macri y sus secuaces, es la existencia de un pueblo empoderado, consciente de sus derechos, el cual aunque las calles vuelvan a teñirse de sangre, se los va a impedir así sea con el último aliento.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)
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