Ayer Mauricio Macri definió al Estado bajo el kirchnerismo como un “aguantadero”. La definición no tiene nada de original viniendo del presidente. En última instancia repite la misma línea argumental que sostuvo cuando habló de “ñoquis” justificando los despidos en ese ámbito. La simplificación de Macri se inscribe dentro de su propia concepción de clase que considera al Estado como parte de su patrimonio.
Dentro de un universo de mayor complejidad conceptual que la expresada por el presidente se encuentra la concepción liberal clásica que ve al Estado como el órgano llamado a regir el conjunto de los intereses sociales. Eso que, sin más razones que las ideológicas, es llamado el “bien común”.
Desde el llamado “populismo”, en su amplitud múltiple, se elabora otra concepción del Estado. Aquella que, aceptando el conflicto social y la desigualdad que expresa el mismo, ve al Estado como un “corrector” de esa desigualdad, en función de las capas más empobrecidas.
En casos extremos, esas diferencias toman la forma de diferentes regímenes políticos. Sin embargo, cada vez más, aparecen como matices –a veces importantes- en la forma de gestionar las formas democráticas de un régimen que garantiza la continuidad del poder capitalista.
Si la primera de esas acepciones considera central la defensa de la “república” o de las “instituciones”; la segunda se centra en la defensa de una gestión que busque limitar el conflicto social por medio de atenuar la desigualdad existente.
Sin embargo, ni una ni la otra ponen en cuestión el dominio social de la clase capitalista. Republicanos y populistas, por igual, consideran sagrado la dominación del gran empresariado en la sociedad.
El marxismo y el Estado
Ya en el siglo XIX, el marxismo inauguró una concepción completamente original del Estado. La primera formulación ampliamente conocida de esa visión fue presentada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
El texto, que vio la luz casi al calor de las revoluciones de 1848 –la llamada “Primavera de los pueblos”- se convirtió en un documento histórico para la posteridad, marcando un punto de vista radicalmente nuevo sobre el conflicto social.
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”. Así inicia el primer apartado del Manifiesto. A partir de allí es imposible deducir una concepción sobre el Estado por fuera de esa definición nodal.
Así, según se lee en el Manifiesto, “el Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Manifiesto Comunista. Ediciones IPS, pág.12).
Las revoluciones de 1848 mostrarán que la clase trabajadora debe conquistar su independencia política en el camino de su lucha por la emancipación social. Para Marx y Engels, también quedará en evidencia que el Estado burgués no puede ser, simplemente “ocupado” sino que se debe ser destruido. Los jóvenes autores del Manifiesto ya habían planteando la necesidad de que la clase obrera se elevara al terreno del poder político.
Esa conclusión se reforzará a la luz de la heroica Comuna de París, de 1871. En el prólogo de 1872 al Manifiesto Comunista, ambos autores afirmarán que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. Ese aparato del Estado debe ser demolido y reemplazado por uno nuevo. Marx dirá que se trata de la “condición previa para toda verdadera revolución popular en el continente”.
La Comuna sería, al decir de Marx, la forma política -"finalmente descubierta"- de la dictadura del proletariado. La clase trabajadora se elevaba al poder político por primera vez en la historia. Al hacerlo mostraba un nuevo tipo de Estado donde la burocracia política y las fuerzas armadas regulares eran destruidas y reemplazadas por la auto-organización del pueblo trabajador parisino.
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En 1875, en la Crítica al Programa de Gotha, Marx polemizará explicando, una vez más, que “los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista”.
Lenin, el Estado y la revolución
La derrota de la heroica Comuna de París dio lugar a proceso contradictorio. Durante las décadas siguientes la clase obrera se fortaleció social y políticamente, con la construcción de fuertes partidos socialistas en los países más importantes de Europa. Sin embargo, ese fortalecimiento tuvo lugar en los marcos de la ausencia de tendencias agudas de la lucha de clases o, directamente, revolucionarias.
Eso conformó partidos socialistas y organizaciones sindicales que, como resultado de esas presiones sociales, se amoldaron a sus propios Estados nacionales. Por ende, a sus propias clases capitalistas. Eso tendría su expresión más trágica en la Primera Guerra mundial, cuando las direcciones de esas organizaciones apoyarían a las fuerzas armadas de sus propias naciones.
Sería la Revolución rusa de 1917 la que volvería a poner la cuestión del Estado en escena, estrechamente ligada a la lucha de clases.
El magistral libro que se titula El Estado y la revolución fue escrito por Lenin al calor de la Revolución Rusa. Se trata de un texto apasionante cuya lectura resulta imprescindible para todos aquellos y aquellas luchadoras que se propongan una pelea seria para enfrentar al capitalismo.
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Lenin volvería a poner en el centro del análisis del marxismo la relación entre el Estado, la lucha de clases y la revolución. En la presentación del libro señalará que “lo que ocurre ahora con la teoría de Marx ocurrió repetidas veces, en el curso de la historia, con las teorías de pensadores revolucionarios y dirigentes de las clases oprimidas que luchaban por su emancipación (…) en vista de la increíblemente extensa deformación del marxismo, nuestra tarea principal es restablecer las verdaderas enseñanzas de Marx sobre el Estado (Obras escogidas, Ediciones IPS, pág. 127).
Esas enseñanzas sobre las que considera necesario volver Lenin son aquellas que definen al Estado en función de su lugar en la lucha de clases. El dirigente del Partido Bolchevique dirá que "Engels explica el concepto de la ’fuerza’ llamada Estado, fuerza que surge de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esa fuerza? Consiste en destacamentos de hombres armados que disponen de cárceles y otros elementos" (pág.129). El Estado capitalista es, en esencia, una banda de hombres armados al servicio del capital.
Eso no implica que Lenin no distinga las formas políticas de ese Estado. Formas que tiene una importancia fundamental a la hora de sustentar el dominio de clase. Así, también escribirá que "la república democrática es la mejor envoltura política posible para el capitalismo (...) esta envoltura óptima, instaura su poder con tanta seguridad, con tanta firmeza, que ningún cambio de personas, de instituciones o partidos en la república democrática burguesa puede conmoverlo" (pág.133).
La revolución rusa de 1917 pondría en escena nuevamente a los sóviets, la forma organizativa del movimiento de las propias masas de trabajadores, soldados y campesinos. El sóviet (consejo en idioma ruso) sería la base del nuevo Estado que surgiría de la revolución de Octubre, mostrando una nueva forma de poder político, organizando desde abajo por las propias masas en lucha.
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En 1918, el mismo Lenin escribiría que "Los sóviets son la organización directa de los propios trabajadores y explotados que los ayuda, en todas las formas posibles, a organizar y gobernar su propio Estado" (Obras..., pág. 341).
Trotsky y la burocratización del Estado soviético
La Revolución Rusa no pudo extenderse de manera victoriosa al resto de Europa y el mundo. En ese límite hay que buscar una de las razones de la creciente burocratización del Estado nacido de la primera revolución de masas victoriosa.
Si los primeros años del régimen soviético están asociados a la libertad creciente de la clase trabajadora, la llegada del stalinismo implicará una asociación completamente contraria, identificado conceptos como el del comunismo con formas totalitarias y dictatoriales.
Ese cambio enorme desde el punto de vista político y social implicó una nueva reformulación de la teoría marxista del Estado. La misma sería llevada a cabo esencialmente por León Trotsky, el otro gran dirigente de la Revolución Rusa junto a Lenin.
La revolución traicionada será la obra de Trotsky que condensará el conjunto nodal de definiciones que hacen a la explicación del proceso de burocratización de la Unión Soviética.
Allí, explicando los límites del desarrollo del régimen soviético, el dirigente ruso dirá -entre muchas otras cosas- que "si la tentativa primitiva -crear un Estado libre de burocracia- tropezó, en primer lugar, con la inexperiencia de las masas en materia de autoadministración (...) no tardarían en dejarse sentir otras dificultades más profundas. La reducción del Estado a funciones de "contabilidad y control", mientras que las funciones coercitivas debían debilitarse sin cesar (...) suponía cierto bienestar. Esta condición necesaria faltaba. La ayuda de Occidente no llegaba" (Obras escogidas. Ediciones CEIP. Pág. 76).
La burocracia stalinista fue un producto histórico del fracaso de la revolución social en extenderse, no el resultado "necesario" de la concepción de Marx o Lenin, como se intentó presentarlo por parte de la intelectualidad liberal aliada a la clase capitalista. La dirección -por parte de esa misma burocracia- de la Internacional Comunista implicó enormes derrotas estratégicas para la clase obrera en todo el mundo, profundizando aún más las tendencias antes señaladas.
Aquí, el aporte teórico de Trotsky para comprender en profundidad esa dinámica del Estado soviético, se vuelve imprescindible. Por lo tanto, se trata también de una perspectiva teórica esencial para comprender el siglo XX en su conjunto.
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El Estado, cuestión nodal de la estrategia revolucionaria
Aún hoy, la cuestión del Estado sigue siendo una de las cuestiones nodales de toda perspectiva que se proponga un horizonte emancipatorio. Durante el conjunto del siglo XX y el transcurso del siglo XXI, los debates sobre el Estado han ocupado un lugar central en la izquierda. La cuestión de su carácter, su composición y la posibilidad de transformarlo han surcado a las más diversas corrientes políticas de ese espectro.
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El fracaso del último ascenso revolucionario de masas que tuvo lugar a escala internacional -entre fines de los años 60 e inicios de los 80- dio paso al desarrollo del neoliberalismo como tendencia mundial, con sus secuelas ideológicas en cuanto a la visión sobre el Estado y las formas del régimen democrático.
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En los tiempos turbulentos que corren a nivel internacional, con crecientes tensiones geopolíticas y un desgaste constante de los partidos que ocuparon el centro de la escena durante las últimas décadas, resulta fundamental volver al estudio profundo de la concepción marxista del Estado.
Una concepción que fue forjada por Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo o Gramsci, entre muchos otros, al calor del desarrollo del capitalismo y de la lucha de clases que éste, inevitablemente, trae aparejada.
Una perspectiva así es imprescindible para quienes se proponen enfrentar al sistema capitalista y sus secuelas de opresión y explotación sobre millones.
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