La convocatoria a elecciones de 1983, no varió la trágica tendencia de los individualismos egoístas ni la indiferencia a pesar de los cruentos sucesos de dominio público.
El esfuerzo alfonsinista de democratizar el país más en la retórica que la práctica, con una inocente apariencia detrás de un modelo económico dependiente, fue desconocido en su época. La retórica del radicalismo, en ese momento reacio al manejo de los medios de comunicación, se encontró indefensa frente a la claudicación inflacionaria, al boicot de los grupos económicos “soltándole la mano”.
No le alcanzó a la gente la deliberada sensación de poder hacer lo que quisiera, hablando mal del gobierno, de atizar sus falencias reales o falsas con críticas por supuesto anónimas, sin hacer absolutamente nada. Como la canción popularizada en la voz de Marilina Ross, jugaban “al Don Pirulero, donde cada cual atiende su juego y el que no, una prenda tendrá”. En ese sentido, la pena de ir “a Berlín” no tardaría en llegar.
Además de lo conseguido, hacía falta la promesa de un futuro mejor. El “menemato” la hizo. Junto a él, la mafia enquistada en el poder sin la necesidad del “actor militar”, actuando como interlocutor entre el interés de los grandes monopolios y la sociedad. A nombre de la ineficiencia del estado, se cometieron toda clase de atropellos que transcurridos veintiocho años de haber asumido, hasta el día de hoy sus consecuencias permanecen reeditadas por el macrismo nefasto.
La desocupación, la flexibilización de las condiciones laborales, la bancarización nacional, el neoliberalismo más radicalizado, se transformaron en la constante de cada día. Frente al inevitable hundimiento, los partidos políticos de oposición no constituían alternativas reales de cambio. Las organizaciones sociales de la actualidad no existían para llamar a la concientización, ni las redes haciéndose eco de estas.
La falta de compromiso social alcanzó grados inimaginables. El auge del culto a la estupidez, el avasallamiento de los principios o valores, la desorganización, el desinterés general por la política, sumado al acaparamiento del peronismo por sectores históricamente antagónicos, pareció incubar una sociedad agresiva, insolidaria, potenciada a través del descreimiento en las instituciones, del refugio en la banalidad.
En una época donde la economía equiparaba al dólar con el peso argentino, las importaciones baratas atiborraban los anaqueles, sustituyendo la industria nacional, bastaba poder llenar el carrito del supermercado con veinte pesos, hacer quizás las compras del mes con cincuenta más para permanecer indiferente, inamovible, y hasta justificar la violenta represión a los legítimos reclamos. “Ser menemista”,
dependía de que a alguien vaya bien o no. Cualquier similitud con administración Macri, no es ninguna coincidencia.
Dicho escenario determinó la reelección de Carlos Saúl Menem en las elecciones de 1995. Los desposeídos no tenían donde encontrar representación. En cambio, los que “tiraban” miraban a otro lado. Zafaban. ¿Por qué iban a reparar en los demás, si les iba “bárbaro”? Poco tiempo después, el veredicto de la realidad sería terrible e inapelable para la mayoría.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20573717)
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