En el momento que me encontraba trabajando en horas de la madrugada en distintas labores de prensa, como me es habitual, me llamó por teléfono muy conmovido, el actor y director teatral, Alonso Marulanda Álvarez, uno de mis mejores amigos, para hablarme de la partida de quien para él, entre millones de seres humanos en el mundo, fue el indiscutible fundador de la Dignidad de América Latina.
Horas antes, haciendo “zapping”, me sorprendió la noticia por el canal de cable de la BBC de Londres, mientras hacía la pausa necesaria al largo trajinar de otra noche sin sueño, al frente de la pequeña computadora portátil bajo la penumbra del comedor. Lo habían matado tantas veces, que no atiné a convencerme ni pretendí razonar acerca de la delgada línea de la vida cuando esta sostiene la existencia de un hombre con más de noventa años, sumado al peso mayúsculo de su persona.
Cuando pude concebir la idea, además de suponer que finalmente podría sostener la fallida cita con Jorge Eliécer Gaitán, programada minutos después del fallecimiento de éste, el mismo nueve de abril de mil novecientos cuarenta y ocho, recaí en las garrafales fallas que de pronto pueden cometerse al encarar los hechos con un mero pensamiento crítico desde lo ideológico, sin tener en cuenta los escenarios, los momentos históricos, ni dimensionar de forma acertada las razones del singular actuación de los personajes históricos.
Para lograrlo, es necesario emprender el camino a la inversa como los cangrejos, pero en el sentido de avanzar, porque si las revisiones se llevan a cabo de manera óptima, pueden representar verdaderos adelantos desde el interior al exterior, a partir del mejoramiento de las convicciones para promulgar un pensamiento válido, capaz sino de construir, al menos de proyectar a futuro un determinado modelo de país.
Primera impresión
Cuando apenas rebasaba la veintena, profundicé sobre Fidel Castro a partir de las conversaciones con un grupo de trotskistas argentinos integrantes del viejo Movimiento al Socialismo (MAS), en tiempos de Luis Zamora, poco antes que la crisis entre la tendencia morenista y la bolchevique fragmentaran la de por sí pequeña fuerza política, de cara al colapso soviético.
Debo reconocer que en ese período tan querido de la existencia como lo es la juventud, donde se trata de llegar a la verdad absoluta a través de la sola crítica, con la “fórmula mágica” de las “ideas preconcebidas listas para la implementación”, sin tener en cuenta factores decisivos como escenario, realidad, actores políticos, estrategias, me deje seducir por la versión del anti estalinismo más puro.
El análisis de los partidarios de la Cuarta Internacional, en medio de argumentaciones absurdas, versando que ser comunista es estar a favor de renunciar a la propia persona en favor de la colectividad y estar obligado a compartir el cepillo de dientes con el vecino, de un Fidel Castro funcional a los intereses del viejo Bloque del Este, no me habían parecido tan infundados al interior de mi purismo político primigenio.
CARLOS ALBERTO RICCHETTI
(DNI: 20.573.717)
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