domingo, 10 de septiembre de 2017

Alfredo Leuco: cómo prender fuego un país vestido de bombero, por Santiago Haber Ahumada


“Los periodistas como Alfredo llegan a sus casas con la boca seca y cansada, pero con una sonrisa, porque lograron unir conceptos opuestos en frases emotivas: queremos paz, por eso merecen más balas. Los periodistas como Alfredo apagan el fuego todos los días, y cuando llegan a sus casas, sonríen, porque saben que sus mangueras solo tiran nafta”. Desde su cómoda casa, un hombre se sienta en la mesa y escribe en su computadora. Lo que horas después dirá en su programa de radio, parece haber sido escrito con bronca, con rabia, con impotencia. Sin embargo, la escena muestra otra imagen: la de un tipo con los ojos serios, tecleando a toda velocidad, con una sonrisa que va creciendo a medida que las palabras aparecen en la pantalla. Durante varios párrafos, la columna-editorial de Alfredo Leuco en Radio Mitre no menciona con nombres a sus “culpables”, lo que hace que se parezca a una más de las tantas publicaciones reproducidas por militantes, ciudadanos o usuarios de redes sociales que critican fuertemente las políticas del actual gobierno, encabezado (oficialmente) por Mauricio Macri. Sin embargo, en el noveno párrafo (sin contar las cinco veces que escribe “nos han declarado la guerra”, seis si tenemos en cuenta el título), aparece la razón de todos los males: Cristina. (¿Qué intentará Alfredo al escribir “Cristina Elisabet”? ¿Informarnos, como buen periodista que es, acerca del nombre completo de la ex presidenta? ¿O será una forma de canalizar la culpa por no mostrar todos los días ante el mundo su verdadero nombre, su verdadera identidad? Estos son solo pensamientos rápidos, al pasar; quien aquí escribe jamás pensaría esto de verdad. Además, el resto de la banda magnetista también lo hace y no oculta su nombre. Nunca diría que, por ejemplo, a Jorge Lanata le produce urticaria llamarse Ernesto). Nos han declarado la guerra, señala Alfredo. ¿Quiénes? “Grupos ultra minoritarios y violentos que están dispuestos a todo con tal de incendiar la República y las instituciones”. No dice de quién habla, pero tampoco deja mucho lugar a la incertidumbre. Cualquiera podría pensar en un grupo ultra minoritario como, por ejemplo, los empresarios más ricos del país que poseen en sus manos el control del Estado. ¿A quiénes? “A todos nosotros. A la inmensa mayoría del pueblo argentino que quiere vivir y trabajar en paz y en democracia”, vuelve a señalar Alfredo. Podemos pensar en cualquiera de nosotros, sí, que deseamos trabajar en paz, vivir en paz, vivir en democracia, una democracia que nos respete, que no silencie a balazos y detenciones nuestros reclamos en las calles, sino que los escuche y los lleve adelante en forma de derechos conquistados por y para el pueblo. Hasta ahora, quien aquí escribe se sorprende de estar tan de acuerdo con Alfredo, con quien ha disentido muchas veces. Sin embargo, él no habla de aquellos que uno suponía. O sí, pero al revés. Claro, Alfredo hace referencia a los que tiraron piedras y pintaron las paredes en la marcha del viernes. Una marcha para pedir por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Una marcha para pedir por la aparición con vida de alguien. No asombra que Alfredo reaccione así: la semana pasada se hizo oficial el triunfo de Cristina en las PASO, la eterna causa de sus blasfemias (Cristina, aunque un poco también cualquier tipo de elección democrática). Días después, ve (por televisión, claro) a cientos de miles de personas afligidas, enojadas, conmovidas, impotentes, exigiéndole a Macri y Patricia Bullrich que aparezca Santiago Maldonado. (Supongo que a Alfredo le indigna ver esas sensaciones reales, no fingidas; le molesta ver a la gente expresándose de verdad). Qué difícil que viene la mano, piensa quien aquí escribe. Es un ABC con finales cada vez menos inciertos: nos están acostumbrando a las balas, a las noches en calabozos, a renunciar a los gustos que nos merecemos por trabajar, a trabajar en condiciones cada vez peores, a que nos ajusten la economía, los derechos, las libertades, la vida. Qué fácil que parecen tenerla quienes Alfredo defiende. Prenden fuego el país, vestidos de bomberos. El fuego, a veces, no es tan metafórico (como cuando se los acusa de endeudarnos por cien años, de asfixiar a jubilados y docentes, de usar la represión como forma de diágolo): policías de civil generando el conflicto que segundos más tarde otros policías irían a solucionar. Policías que entrenaron esos movimientos durante toda la semana. Planificación y ejecución. Lo peor: no están fallando. Quizás tendrían que hacerse cargo de la Selección Argentina. Después, con sus borcegos y sus trajes ignífugos, con la hipócrita bandera de la moral clasemediera, llegan los periodistas como Alfredo, un hombre común, a decirnos que los violentos somos nosotros, por estar cerca de esos “extremistas encapuchados”, por salir a una plaza a cortar la calle, por gatillar un aerosol, por pedir la locura de que alguien aparezca con vida. A levantar carteles de Jorge Julio López, desaparecido que aprendieron a mencionar hace un par de días (acusando al kirchnerismo de callar su desaparición, cuando hay videos que muestran cadenas nacionales hablando al respecto). Los periodistas como Alfredo llegan a sus casas con la boca seca y cansada, pero con una sonrisa, porque lograron unir conceptos opuestos en frases emotivas: queremos paz, por eso merecen más balas. Los periodistas como Alfredo apagan el fuego todos los días, y cuando llegan a sus casas, sonríen, porque saben que sus mangueras solo tiran nafta. “Nosotros utilizamos como armas las urnas y el diálogo y la palabra racional que lleva a los disensos y a los consensos”, dice Alfredo. Las urnas son, efectivamente, una de las armas que están usando y que van a usar cada vez más, manipulando la carga de datos en las elecciones, luchando día tras día para hacer cada vez más fuerte la boleta electrónica, falsificando nuestros votos. El diálogo, por otro lado, se hace presente en cada marcha, en cada represión, y en cada posterior editorial de los periodistas sabuesos como Alfredo, que ladran paz y tranquilidad con dientes filosos. “Usted elige: urnas o molotov”, tranquiliza. (A Alfredo, piensa quien aquí escribe, le hubiese encantado que Cristina hubiese ganado por 10 puntos de diferencia; el fuego encendido por periodistas como Alfredo hubiese sido mucho peor, la represión, tal vez, mucho peor, defendiendo a la República de ser Venezuela. Sin embargo, no hay que hablar de “lo que hubiese pasado si…”.) Quien aquí escribe se da cuenta que él también ha sido influenciado por Alfredo y su palabra racional: “Mientras enciendan más fuego antidemocrático, más pacificación y contención institucional hay que tener. Nos han declarado la guerra”. “En la guerra, como en el amor, todo vale”, dice el dicho. Alfredo lo cumple a rajatabla. Si estamos en guerra, y sus armas son las urnas y la palabra, todo está justificado, entonces. Nos lo dice en la cara, y con acento cordobés: con esas armas van a hacer todo lo necesario para destruirnos (con esas y con las que no menciona). Y derrotarnos no parece ser, para quien escribe, tan metafórico. El fuego es rebelde, y es muchas veces incontrolable. Sin embargo, a Alfredo Lewkowicz, vestido de bombero, el fuego no lo quema.

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