domingo, 1 de septiembre de 2019

ESTE TEXTO LE PERTENECE A Marcos Doño. Carta abierta a Luis Brandoni A USTED LE HABLO


Le hablo a usted, Luis Brandoni. Hace ya tiempo que quería decirle algunas cosas. No lo tuteo porque no me conoce, aunque yo sí a usted; bueno, quién no conoce a Luis Brandoni en la Argentina. ¿Ve?, en esto me lleva ventaja, porque mis palabras son las de un ciudadano anónimo, lo que hace que a veces lo que uno dice se transforme en una muda súplica. Pero las suyas son palabras precedidas por la fama de un actor que tiene tantas películas memorables en su haber. Es por eso que creo que hay una responsabilidad especialísima en usted cuando emite una opinión a los argentinos. De todas las películas que interpretó, hoy quiero recordar una: “La Patagonia Rebelde”, del director Héctor Olivera, basada en el libro de Osvaldo Bayer, quien a su vez fue uno de sus guionistas. ¿Se acuerda? Seguro que sí, Luis. Se lo abrevio al lector: es una historia real ocurrida en el sur argentino a principios del siglo XX, cuando los trabajadores laneros pedían mejores condiciones y salarios dignos, y el gobierno radical, en defensa de lo intereses de los dueños de las estancias, dio la orden al ejército para que terminara con esas protestas. Usted que es tan memorioso, ¿se acuerda cómo termina esa represión, Luis? El teniente coronel Héctor Benigno Varela, cumpliendo con la orden de “normalizar” la situación, terminó fusilando a casi 1500 trabajadores y deportando a otros cientos hacia Chile y España. En esa película, usted, Brandoni, interpretaba al gallego Soto, Antonio Soto, un español escapado de la miseria de su país, que al momento de las huelgas se desempeñaba como Secretario general de la Sociedad Obrera de Río Gallegos. ¡Qué tiempos esos; los del gallego Antonio Soto y los suyos, Luis, cuando interpretó a ese luchador que enfrentó con dignidad la explotación miserable y el maltrato de los terratenientes! Pero hagamos más memoria. ¿Sabe de los apellidos de esa oligarquía estanciera de la época que relata la película? Recordemos algunos: Adolfo Bullrich, vendedor de todo lo que la campaña de Roca le quitó a los pueblos originarios y dueño de la mansión que hoy es el Patio Bullrich. Es el tatarabuelo del ex Ministro de Educación y actual senador macrista Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, tal su apellido popular. Y familiar directo de la Patricia, la Ministro de Seguridad de la Nación, la tía segunda de Esteban, descendiente de Honorio Pueyrredón, ministro de Agricultura y posteriormente ministro de Relaciones Exteriores del presidente Hipólito Yrigoyen, cuando ocurrió la represión en la Patagonia. Estaban también los Braun, los Peña Braun, los familiares directos del “patriota según Carrió” Marquitos Peña, el jefe de Gabinete del gran bonete Mauricio. Ah, casi me olvidaba de Pinedo, el apellido que selló el tratado Roca- Runciman, el que entregó a los ingleses el comercio de las carnes, los frigoríficos y tantas cosas que hacían a la soberanía de la Nación. Aquel es el familiar directísimo del calmo don Federico del PRO, el que fue presidente por unas horas. ¡Qué apellidos! Y no por apellidos sino porque cada una de esas familias ha transcurrido el siglo XX y ahora el XXI preñadas del mismo dogma de clase. Pero volvamos al presente. Déjeme ahora recordarle al lector, también a usted y a mi, las palabras que por estos días les dirigió a los militantes y argentinos macristas, en un video que grabó en Madrid, adonde aclara que estaba “cumpliendo un compromiso asumido hace muchos meses”. Allí, con una bien actuada voz, tan cercana al tono de homilía dominical de un cura párroco, dijo lo siguiente: “… acá estamos, en España… ¡preocupado… pero no derrotado! Al contrario, queda mucho por hacer, todavía. Por lo pronto, el sábado, el sábado 24, salgamos a las calles y las plazas de todo el país para mostrar y mostrarnos que somos muchos, muchos más los que queremos un país republicano, democrático y decente. Y prepararnos para la de ‘en de veras’, la del 27 de octubre, con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros. Perdimos la República muchas veces… otra vez no.” Y finaliza sollozando: “Abrazos y viva la patria… eh.” ¿Qué es lo que lo que tanto le preocupa, Luis? ¿Qué insinúa con ese tono mendicante, de hablar bajito, cuando balbucea: “queremos un país republicano, democrático y decente... con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros.?” ¿A qué argentinos está alertando cuando clama bajito: “perdimos la República muchas veces… otra vez no”? Su soberbia indigna, pero más su falta de sentido democrático y republicano, el que reclama para sí y para los suyos como patrimonio, dejándome a mi y a millones afuera. Por eso quiero contarle sucintamente quién soy yo, aun a sabiendas de que quizás usted nunca se entere de mis palabras. Me llamo Marcos Doño; soy periodista y escritor. Como la mayoría de los millones de argentinos, soy un ciudadano común con una historia particular llena de momentos felices y también trágicos. Me crié en una familia de clase media; mis abuelos paternos eran inmigrantes venidos de Turquía y los maternos de Ucrania, escapando a las persecuciones y los pogroms antisemitas. Fueron luchadores incansables, como lo eran todos los inmigrantes llegados a principios y mediados del siglo XX. Mis abuelos paternos trabajaron en la ciudad de Buenos Aires, en Córdoba, en San Isidro y en el Partido de Tigre, donde nació mi padre, un genio natural, músico de jazz y luego un pequeño industrial, un trabajador incansable que se vio obligado a salir al ruedo de la vida desde muy temprano, a los ocho años, trabajando de canillita. Los maternos se asentaron en una colonia de un campo de Entre Ríos, donde junto a otros fundaron una cooperativa agrícola. Eran esos gauchos judíos que cuenta la novela homónima de Gerchunof. Y eran socialistas; socialistas de Palacios y de Repetto, como me decía siempre mi zeide (abuelo). Y hablando de ese patriotismo republicano que usted declama como un puñal que clava en contra de los otros argentinos, a quienes usted denuesta con cada sílaba, hay un hecho que quiero destacar: mis abuelos tenían la costumbre de colgar la bandera argentina del balcón en cada fecha patria. Una de esas banderas me fue dada en herencia como un tesoro invalorable. Así crecí, como tantos millones de compatriotas, envuelto en esta identidad, educado en la escuela pública, aprendiendo día a día el sentido fundamental del trabajo y la honestidad como los valores esenciales para una vida digna. La ironía maldita quiso, sin embargo, que un día, mejor dicho una noche eterna, cuando estaba secuestrado y torturado en una de las mazmorras de la dictadura, uno de mis verdugos me dijera “…que seas zurdo vaya y pase… pero donde la cagaste es en que sos judío… vos no sos argentino”. Pero resulta que yo estaba allí, estaqueado en esa cama de metal, desaparecido para el mundo, por ser un joven apasionado que se había decidido a luchar por la Patria, por la República y por la Democracia que usted y los suyos dicen defender como yo no, señor Luis Brandoni. La República perdida, esa que tanto le asusta se vuelva a perder con el peronismo, fue secuestrada durante la larga noche que dio inicio el 24 de marzo de 1976 con el golpe de Estado. ¿Recuerda usted, Brandoni, los apellidos de esos cruzados de la muerte que asolaron la Argentina durante los años de la dictadura videlista? Busque y se va a encontrar con la sorpresa de que son las mismas familias, los mismos apellidos, que vienen de lejos en el tiempo haciendo las mismas iniquidades desde que decidieron que la Argentina sería por siempre su propiedad privada. Son los mismos apellidos que aborrecían a San Martín y Belgrano y su política de construir una América Grande, respetando a sus pueblos originarios en su cultura y en el derecho a la propiedad de sus tierras y sus bienes. A José de San Martín lo odiaban como hoy se odia a otras y a otros argentinos. Por eso el Libertador debió irse y morir en Francia, porque no quiso participar de la desunión nacional que promovía el odio a una clase. Y porque su asesinato ya estaba resuelto. Bien, la mayoría de estos apellidos los va encontrar también reunidos en la Sociedad Rural Argentina. Son los mismos que no tuvieron empacho en insultar y silbar a Raúl Alfonsín, su amado Alfonsín, quien fue claro cuando dijo que Macri era el límite para un radical, en un acto antidemocrático en contra de todo lo que representaba su política distributiva. Y usted lo sabe, don Luis: esos gritones ganaderos no eran peronistas. No, Luis. La vida y la historia no son blanco y negro. Y como en las mejores familias, en los partidos hay de todo; un Alfonsín y un Sanz, un Moreau y un Negri, un Néstor y un López Rega, como el que lo persiguió a usted. Y también a mi, don Brandoni. Y también a tantos peronistas asesinados por esa banda de ultraderecha, las Tres A, que usted siempre pone en punta de lengua cuando quiere tipificar al peronismo de antidemocrático y antirepublicano. Eso se llama maniqueísmo, Brandoni. Porque usted sabe, o debería saber, que el “brujo” López Rega era de la misma estirpe ideológica que Rivarena Carlés, aquel allegado al radicalismo que casi un siglo atrás comandó la Liga Patriótica durante la Semana Trágica. No hay ángeles ni demonios, como usted quiere don Luis Brandoni. Sólo hay seres humanos. Por eso la historia es así, sinuosa, como los amores y los odios. Pero si se trata de robo, de saqueo masivo, de robar la República, debería coincidir conmigo que son ellos, don Luis, los que verdaderamente se robaron la República, una y otra vez. Y mire usted, son los apellidos que hoy defiende con tanto ahínco como la garantía de la democracia y el republicanismo. Tampoco ignora usted, Brandoni, quiénes llenaron las cárceles de la dictadura de los Pinedo, los Bullrich, los Ortiz Ocampo, los Alvear. En su mayoría eran peronistas. ¿Entonces? Y conste que por esos días yo no sólo no era peronista sino que muchas veces me había comportado como un gorila profesional. Pero eso sí, mi gorilismo jamás rozó el odio, como el que usted transpira. ¿Cómo podría odiar sabiendo que allí anidaba el clamor de la mayoría del pueblo argentino trabajador? Lo mío era un antiperonismo como el de Julio Cortázar o el del Che Guevara. Era más bien un arraigo cultural, una costra de prejuicio nacida de la mirada general de una clase media que odiaba al general, y también de cierta ortodoxia marxista que cabalgaba en mis venas y que me impedía acceder, como lo haría años después, y como finalmente lo hicieron Cortázar, el Che y tantos, a la comprensión de un movimiento popular que para otros millones nunca dejaría de ser la encarnación de todos los males de la Argentina. Reconozco que en mi siempre había anidado una llama que más de una vez me hacía repensar mi posición. Esa llama la había encendido mi madre, quien desde lo puramente sentimental se había sentido cerca de ese pueblo peronista al que el odio de clase no esperó para etiquetar como el “aluvión zoológico”, desde ese primer 17 de octubre, cuando las masas obreras llegaron y se concentraron en la Plaza de Mayo. Seguro que usted, Brandoni, como tantos otros millones de argentinos, están convencidos al día de hoy quienes comenzaron con la grieta. Pero no busque tan cerca porque no fue ni Cristina, ni Néstor, ni Perón, ni en alguna grieta lejana en el tiempo, que de tanto en tanto se abre. Esta última, la que divide a peronistas de gorilas, no la va a encontrar en los cuentos y diatribas de Jorge Lanata, Majul, Leuco y usted mismo. ¡No! Al menos tenga la valentía intelectual de buscarla en el odio de clase que bautizó a la clase trabajadora de “aluvión zoológico”, cuando la alegría de sentirse dignificados y visibles los llevó a marchar y concentrarse en La Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945. Ahí la va encontrar, en el odio explícito y explicitado de una clase social en contra de otra. Y hoy, el aluvión tiene otros nombres para ese odio de clase. Se llama “grasa militante”, “choripaneros”, “planeros”, “camporistas”, “vamo a volver”. Por todo esto, por sus dudas y por las dudas que peligrosamente usted está tratando de inyectarle a la población, don Brandoni, quiero decirle lo siguiente: Yo soy un ciudadano común que sufrió la cárcel de la dictadura por espacio de casi dos años. Yo viví la muerte, la tortura y las vejaciones más indecentes en carne propia y las sufridas por mujeres y hombres que lucharon por recuperar la República perdida, la República de TODOS. Yo soy un ciudadano que se alegró como millones de argentinos cuando la democracia volvió de la mano de Alfonsín como presidente. Un Alfonsín que fue votado por propios y por peronistas. Un Alfonsín que poco tiempo después, cuando su gobierno estuvo acorralado por los militares golpistas carapintadas, se sostuvo en el poder por el apoyo y la lucha de TODOS los argentinos que salimos a defender la democracia y la República. Yo soy un hombre común, Brandoni. Soy un hombre decente y republicano que a pesar de haber sufrido el exilio y el escarnio, y de haber estado tantas veces cerca de la muerte junto a mi esposa, pude formar una familia maravillosa con tres hijos y nietos que somos parte de la construcción de esta Nación, la que usted cree es honesta sólo si se la piensa como usted. Por eso yo no voy a permitirle que desde el odio y el resentimiento más profundos, únicas guías de su lengua, me acuse a mi y acuse a millones de argentinos de ser parte de una especie de conspiración que quiere destruir la República. Le pido que repase en su memoria los apellidos que hoy gobiernan el país y que usted defiende con tanta pasión, alimentado por su memoria selectiva, tan selectiva como lo es una clase dominante en detrimento de la clase dominada. Son ellos, Brandoni. Allí va a encontrar los apellidos que se robaron la República y la Democracia con toda la indecencia que se pueda uno imaginar. Y concluyo: No lo odio Brandoni como seguramente usted me odia a mi. Lo que sí puedo afirmar y decir con razón, es que le he perdido todo respeto.

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