miércoles, 4 de enero de 2023

Cuando al fútbol lo convierten en “VARsura” Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI

Pareciera poco relevante darle mayor importancia a un deporte como el fútbol, el cual a pesar de haber conquistado millones de corazones no deja de ser un entretenimiento organizado por millonarios, a través de organizaciones súper poderosas, autárquicas y corruptas por donde se las mire. Esa es la razón por la que amerita cierto análisis minucioso. Más allá del indiscutible talento, a veces adjudicado a indeterminados “efluvios divinos”, probablemente solo en sus comienzos haya constituido la lucha de veintidós almas para introducir el balón dentro del pórtico contrario. La popularidad, junto con la posterior creación de entidades rectoras, se encargarían de pulverizar tal característica de plano. Hoy como ayer en diferentes formatos, la Fédération Internationale de Football Association (FIFA) nunca tuvo reparos al momento de elegir sedes controversiales. En plena época del “Fair Play” (“Juego Limpio”), del ''Together Vs Racism'' (“Juntos contra el racismo”) cuesta mucho concebir antecedentes de cuanto expresan lo contrario. “A mano armada” Aunque sean comprensibles las deficiencias en etapas de conformación, acordes con la inexperiencia frente a la falta de dinámica, no exime de culpa aprobar la realización de un mundial en la Italia fascista gobernada con puño de hierro por Benito Mussolini. Irregularidades que en la actualidad resultarían escandalosas, como la nazionalisación de cinco jugadores argentinos y otro brasileño para favorecer el triunfo de los anfitriones, sin garantizarles de antemano su seguridad en caso de la derrota, dejan escasas dudas sobre la anuencia de la Federación. La “frutilla del postre” hubiera sido concretar la siguiente copa del mundo, “curiosamente”, en el otro socio totalitario de Europa, con Adolfo Hitler acompañado por toda la camarilla de jerarcas del III° Reich como ocurrió apenas seis años antes, durante las Olimpiadas de Berlín de 1936. La intensificación del mayor conflicto armado de la historia de la humanidad, fue lo único capaz de detener la posterior edición programada para 1942 en Alemania. Las competencias se sucedieron sin mayor pena, pero mucha gloria hasta 1966. Los inventores de aquello de saber trasladar con maestría a la que se fabricaba con doce gajos, de romper decenas de manos a fuerza de certeros “shots”, hasta entonces no habían salido campeones por restarle validez a las distintas competencias. Los tiempos habían cambiado. El negocio era un rotundo éxito y como el hambre llega con el apetito, no hacen falta pensamientos malintencionados ni mucho menos apelar a la suspicacia. Edson Arantes Do Nascimento, “O Rey Pelé” estaba a ser de nuevo la figura indiscutida del torneo. Ganador con Brasil en Suecia 1958 y Chile 1962, era considerado la “piedra en el zapato” de cualquier selección. La violenta marcación dispensada el entonces mejor jugador del planeta, sumada la descalificadora infracción del zaguero João Pedro Morais, producto del “juego aguerrido de dos escuadras fabulosas”, determinarían fatalmente lo opuesto, sin contar que la gravedad de la lesión casi “retira” para siempre del fútbol a Pelé. Esto no fue todo. Debido a “misteriosos pormenores del destino, los “afortunados” semifinalistas conformaron una verdadera llave de antología. Por un lado, Alemania debía enfrentar al primer campeón, Uruguay, mientras el dueño de casa, Inglaterra, haría lo propio con el perdedor de aquella misma final mundialista disputada en el Montevideo: Argentina. Sin embargo, en la tierra del mítico Rey Arturo, lugar de damas, caballeros, hadas o druidas, también fue posible que un árbitro inglés dirigiera el duelo entre uruguayos y teutones, al tiempo se designaría a otro de nacionalidad germana para dirimir el pleito anglo argentino. Aún abiertas las heridas tanto de la última conflagración bélica como el revanchismo de ambas partes, el espectáculo casi teatral de la final de la edición mundialista de 1966 fue vendido con resonante éxito hasta a los más refinados paladares, incluyendo el “gol fantasma” de Geoffrey Hurst acabando de darle el título a los británicos de la mano de la recientemente fallecida, Isabel II... “¡Sangre en la gramilla!” Cristalizar el sueño de los alemanes de realizar su propio mundial de 1974, tuvo un antecedente lamentable en la etapa de eliminatorias. Chile recibiría a la Unión Soviética disputándose uno de los cupos. Las cenizas del golpe de Estado del General Augusto Pinochet Ugarte contra el gobierno del socialista, Salvador Allende Gossens, lejos de terminar de apagarse, tenían al Estadio Nacional como el más grande campo de concentración de la dictadura auspiciada por la CIA. Por órdenes directas del poder político, la delegación soviética se negó a presentarse a disputar el encuentro. De manera extraoficial, se aseguraba que el principal argumento era la negativa “a jugar sobre un campo manchado de sangre”. En respuesta, en medio de las gradas abarrotadas de simpatizantes locales, sin equipo rival, los chilenos aseguraban su clasificación sacando desde la bomba central con rumbo a la portería, introduciendo en dos oportunidades el balón al fondo de la red y “sellando” la añorada clasificación entre el jolgorio generalizado. Si bien el posterior trajinar mundialista de los trasandinos fue muy malo, no alcanzó a eclipsar la naturaleza perversa de su llegada a esa cita… Cuatro años después tampoco fueron la excepción. La FIFA, ahora encabezada por el brasileño, João Havelange, no se dejó amedrentar por las denuncias comprobadas de violaciones sistemáticas a los derechos humanos en la siguiente sede, Argentina. De hecho, le entregó al Ente Autárquico “Mundial 78” la potestad de determinar todo cuando acontecería en esa edición del magno campeonato. Sin entrar en polémicas, menospreciar a los jugadores ni responsabilizarlos de hechos más allá de su alcance, porque en realidad los auténticos obreros y protagonistas del espectáculo deportivo, los resultados polémicos esta vez fueron lo de menos. Para llegar a la final, Argentina debía convertirle cuatro tantos a Perú. Le hizo la friolera de seis. Con posterioridad, el General Jorge Rafael Videla, presidente designado por la Junta Militar, ordenó el envío de varias toneladas de cereal al país “inca”, de acuerdo con lo expresado en el boletín oficial. Días después, Argentina ganaría su primer mundial en casa venciendo a la poderosa Holanda –hoy, Países Bajos- por 3 goles contra 1. El encuentro fue parejo, aunque la visita estuvo a punto de ganarlo al epílogo del tiempo reglamentario jugado en el Estadio Monumental… A escasas veinte cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se practicaban inenarrables torturas o se asesinaban desaparecidos… Trampas “al máximo” Dejando de lado el empate en cero de Inglaterra y Alemania para eliminar a Argelia en la fase de grupos de España 82, las controversias desatada por la “Mano de Dios” de Maradona de México 86, así como el detalle del “agua drogada” de Bilardo o la polémica por el penal de Sensini a Klisman de Italia 90, hubo otros aspectos evitables. Al margen de mundiales comprados, robados, goles de oro, de plata con la desgracia para el futbol que representaron, el afán de lucro de la desprestigiada entidad se encuentra lejos de hacerle asco a algo. Si se considera que al margen de su situación socio política particular de mediados de la década de los años 80 del Siglo XX, Colombia fue despojada de la posibilidad de organizar la Copa del Mundo para trasladarla a tierras mexicanas, donde había tenido lugar un terremoto sin precedentes; ¿cuáles son las manos siniestras predeterminando cuanto debe o no sucede? Rotos los límites de un balón con el cual era imposible jugar de manera adecuada –el “Jabulani” de Sudáfrica 2010- donde hacer un cambio de frente constituía la proeza obligada de cada encuentro, utilizar un “barril de pólvora” como sede podría ser considerado el menor de los males. En ese sentido, quizás Qatar 2022 es la mejor demostración de que “el dinero tiende a tapar bocas”. Omitida la presencia de Rusia por motivos extra futbolísticos -invasión de Ucrania, presuntas violaciones a derechos humanos fundamentales, daños materiales incalculables- la FIFA decidió “a dedo” realizar la competencia en un estado árabe autárquico, radical, plutocrático, autoritario, carente de toda tradición deportiva. Por supuesto, siempre y cuando nadie ose meterle las manos en los bolsillos. Caso contrario, no tendrían tantos problemas de “cambiar de idea”. En ese diminuto arenero, donde las elevadas temperaturas incendian las palmeras de las avenidas, crecen lujosos hoteles o rascacielos de varias decenas de pisos, las mujeres son mascotas a las que se puede violar de ocho años en adelante, mientras dos hombres no pueden caminar de la mano, pero en cambio sí, erigirse campos de juego como las antiguas pirámides: Sobre los cuerpos de miles de esclavos, dejando la vida en condiciones de trabajo irrisorias. De todas formas, descartando la hipocresía del mundo moderno; ¿a quién le importa mientras haya petróleo para adquirir semejantes lujos? A lo largo de un mes, convenido el “entretenimiento de millonarios” en “pasatiempo de jeques de igual condición social”, hizo falta perfeccionar la mentira, la falsificación de la realidad, de forma que la mayoría la crea indiscutiblemente cierta. Para lograrlo, se tornó forzoso utilizar tecnologías modernas donde las decisiones de los árbitros sean algo más que “tomadas a ojo de buen cubero”: El VAR. Sin embargo, esta maravillosa herramienta tendió a ser desprestigiada por su pésima y tendenciosa aplicación al momento de “interpretar” lo acontecido. ¿Qué mejor a tener el “poder” de determinar posiciones adelantadas pasivas de medio brazo o penales involuntarios, al rebotar el valor en el pulgar del defensor, para interrumpir el juego cientos de veces y sancionar lo inadmisible? La obra maestra de lo vilmente engañoso, resulta del empleo de las armas de la verdad a la hora de transformar la suma de algo determinado en una mentira del tamaño del cosmos. De allí la suposición de que se halla implementado el VAR con el verdadero fin de descartar de plano la posibilidad de una sanción legítima, sincera, acorde a lo transcurrido durante la dinámica del encuentro. Culminada la fiesta, la inmensa mayoría discuten si la Argentina mereció ser campeón del mundo en lugar de Francia, de la autenticidad del gol de Lionel Messi en el período extra. Por desgracia, nadie sobre la eventual transformación del fútbol en VARsura, sobre la manera en la cual la pelota se mancha constantemente, deslegitimando la disciplina deportiva más hermosa del mundo. ¿La culpa es del marrano o de quienes le dan de comer? Pareciera poco relevante darle mayor importancia a un deporte como el fútbol, el cual a pesar de haber conquistado millones de corazones no deja de ser un entretenimiento organizado por millonarios, a través de organizaciones súper poderosas, autárquicas y corruptas por donde se las mire. Esa es la razón por la que amerita cierto análisis minucioso. Más allá del indiscutible talento, a veces adjudicado a indeterminados “efluvios divinos”, probablemente solo en sus comienzos haya constituido la lucha de veintidós almas para introducir el balón dentro del pórtico contrario. La popularidad, junto con la posterior creación de entidades rectoras, se encargarían de pulverizar tal característica de plano. Hoy como ayer en diferentes formatos, la Fédération Internationale de Football Association (FIFA) nunca tuvo reparos al momento de elegir sedes controversiales. En plena época del “Fair Play” (“Juego Limpio”), del ''Together Vs Racism'' (“Juntos contra el racismo”) cuesta mucho concebir antecedentes de cuanto expresan lo contrario. “A mano armada” Aunque sean comprensibles las deficiencias en etapas de conformación, acordes con la inexperiencia frente a la falta de dinámica, no exime de culpa aprobar la realización de un mundial en la Italia fascista gobernada con puño de hierro por Benito Mussolini. Irregularidades que en la actualidad resultarían escandalosas, como la nazionalisación de cinco jugadores argentinos y otro brasileño para favorecer el triunfo de los anfitriones, sin garantizarles de antemano su seguridad en caso de la derrota, dejan escasas dudas sobre la anuencia de la Federación. La “frutilla del postre” hubiera sido concretar la siguiente copa del mundo, “curiosamente”, en el otro socio totalitario de Europa, con Adolfo Hitler acompañado por toda la camarilla de jerarcas del III° Reich como ocurrió apenas seis años antes, durante las Olimpiadas de Berlín de 1936. La intensificación del mayor conflicto armado de la historia de la humanidad, fue lo único capaz de detener la posterior edición programada para 1942 en Alemania. Las competencias se sucedieron sin mayor pena, pero mucha gloria hasta 1966. Los inventores de aquello de saber trasladar con maestría a la que se fabricaba con doce gajos, de romper decenas de manos a fuerza de certeros “shots”, hasta entonces no habían salido campeones por restarle validez a las distintas competencias. Los tiempos habían cambiado. El negocio era un rotundo éxito y como el hambre llega con el apetito, no hacen falta pensamientos malintencionados ni mucho menos apelar a la suspicacia. Edson Arantes Do Nascimento, “O Rey Pelé” estaba a ser de nuevo la figura indiscutida del torneo. Ganador con Brasil en Suecia 1958 y Chile 1962, era considerado la “piedra en el zapato” de cualquier selección. La violenta marcación dispensada el entonces mejor jugador del planeta, sumada la descalificadora infracción del zaguero João Pedro Morais, producto del “juego aguerrido de dos escuadras fabulosas”, determinarían fatalmente lo opuesto, sin contar que la gravedad de la lesión casi “retira” para siempre del fútbol a Pelé. Esto no fue todo. Debido a “misteriosos pormenores del destino, los “afortunados” semifinalistas conformaron una verdadera llave de antología. Por un lado, Alemania debía enfrentar al primer campeón, Uruguay, mientras el dueño de casa, Inglaterra, haría lo propio con el perdedor de aquella misma final mundialista disputada en el Montevideo: Argentina. Sin embargo, en la tierra del mítico Rey Arturo, lugar de damas, caballeros, hadas o druidas, también fue posible que un árbitro inglés dirigiera el duelo entre uruguayos y teutones, al tiempo se designaría a otro de nacionalidad germana para dirimir el pleito anglo argentino. Aún abiertas las heridas tanto de la última conflagración bélica como el revanchismo de ambas partes, el espectáculo casi teatral de la final de la edición mundialista de 1966 fue vendido con resonante éxito hasta a los más refinados paladares, incluyendo el “gol fantasma” de Geoffrey Hurst acabando de darle el título a los británicos de la mano de la recientemente fallecida, Isabel II... “¡Sangre en la gramilla!” Cristalizar el sueño de los alemanes de realizar su propio mundial de 1974, tuvo un antecedente lamentable en la etapa de eliminatorias. Chile recibiría a la Unión Soviética disputándose uno de los cupos. Las cenizas del golpe de Estado del General Augusto Pinochet Ugarte contra el gobierno del socialista, Salvador Allende Gossens, lejos de terminar de apagarse, tenían al Estadio Nacional como el más grande campo de concentración de la dictadura auspiciada por la CIA. Por órdenes directas del poder político, la delegación soviética se negó a presentarse a disputar el encuentro. De manera extraoficial, se aseguraba que el principal argumento era la negativa “a jugar sobre un campo manchado de sangre”. En respuesta, en medio de las gradas abarrotadas de simpatizantes locales, sin equipo rival, los chilenos aseguraban su clasificación sacando desde la bomba central con rumbo a la portería, introduciendo en dos oportunidades el balón al fondo de la red y “sellando” la añorada clasificación entre el jolgorio generalizado. Si bien el posterior trajinar mundialista de los trasandinos fue muy malo, no alcanzó a eclipsar la naturaleza perversa de su llegada a esa cita… Cuatro años después tampoco fueron la excepción. La FIFA, ahora encabezada por el brasileño, João Havelange, no se dejó amedrentar por las denuncias comprobadas de violaciones sistemáticas a los derechos humanos en la siguiente sede, Argentina. De hecho, le entregó al Ente Autárquico “Mundial 78” la potestad de determinar todo cuando acontecería en esa edición del magno campeonato. Sin entrar en polémicas, menospreciar a los jugadores ni responsabilizarlos de hechos más allá de su alcance, porque en realidad los auténticos obreros y protagonistas del espectáculo deportivo, los resultados polémicos esta vez fueron lo de menos. Para llegar a la final, Argentina debía convertirle cuatro tantos a Perú. Le hizo la friolera de seis. Con posterioridad, el General Jorge Rafael Videla, presidente designado por la Junta Militar, ordenó el envío de varias toneladas de cereal al país “inca”, de acuerdo con lo expresado en el boletín oficial. Días después, Argentina ganaría su primer mundial en casa venciendo a la poderosa Holanda –hoy, Países Bajos- por 3 goles contra 1. El encuentro fue parejo, aunque la visita estuvo a punto de ganarlo al epílogo del tiempo reglamentario jugado en el Estadio Monumental… A escasas veinte cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se practicaban inenarrables torturas o se asesinaban desaparecidos… Trampas “al máximo” Dejando de lado el empate en cero de Inglaterra y Alemania para eliminar a Argelia en la fase de grupos de España 82, las controversias desatada por la “Mano de Dios” de Maradona de México 86, así como el detalle del “agua drogada” de Bilardo o la polémica por el penal de Sensini a Klisman de Italia 90, hubo otros aspectos evitables. Al margen de mundiales comprados, robados, goles de oro, de plata con la desgracia para el futbol que representaron, el afán de lucro de la desprestigiada entidad se encuentra lejos de hacerle asco a algo. Si se considera que al margen de su situación socio política particular de mediados de la década de los años 80 del Siglo XX, Colombia fue despojada de la posibilidad de organizar la Copa del Mundo para trasladarla a tierras mexicanas, donde había tenido lugar un terremoto sin precedentes; ¿cuáles son las manos siniestras predeterminando cuanto debe o no sucede? Rotos los límites de un balón con el cual era imposible jugar de manera adecuada –el “Jabulani” de Sudáfrica 2010- donde hacer un cambio de frente constituía la proeza obligada de cada encuentro, utilizar un “barril de pólvora” como sede podría ser considerado el menor de los males. En ese sentido, quizás Qatar 2022 es la mejor demostración de que “el dinero tiende a tapar bocas”. Omitida la presencia de Rusia por motivos extra futbolísticos -invasión de Ucrania, presuntas violaciones a derechos humanos fundamentales, daños materiales incalculables- la FIFA decidió “a dedo” realizar la competencia en un estado árabe autárquico, radical, plutocrático, autoritario, carente de toda tradición deportiva. Por supuesto, siempre y cuando nadie ose meterle las manos en los bolsillos. Caso contrario, no tendrían tantos problemas de “cambiar de idea”. En ese diminuto arenero, donde las elevadas temperaturas incendian las palmeras de las avenidas, crecen lujosos hoteles o rascacielos de varias decenas de pisos, las mujeres son mascotas a las que se puede violar de ocho años en adelante, mientras dos hombres no pueden caminar de la mano, pero en cambio sí, erigirse campos de juego como las antiguas pirámides: Sobre los cuerpos de miles de esclavos, dejando la vida en condiciones de trabajo irrisorias. De todas formas, descartando la hipocresía del mundo moderno; ¿a quién le importa mientras haya petróleo para adquirir semejantes lujos? A lo largo de un mes, convenido el “entretenimiento de millonarios” en “pasatiempo de jeques de igual condición social”, hizo falta perfeccionar la mentira, la falsificación de la realidad, de forma que la mayoría la crea indiscutiblemente cierta. Para lograrlo, se tornó forzoso utilizar tecnologías modernas donde las decisiones de los árbitros sean algo más que “tomadas a ojo de buen cubero”: El VAR. Sin embargo, esta maravillosa herramienta tendió a ser desprestigiada por su pésima y tendenciosa aplicación al momento de “interpretar” lo acontecido. ¿Qué mejor a tener el “poder” de determinar posiciones adelantadas pasivas de medio brazo o penales involuntarios, al rebotar el valor en el pulgar del defensor, para interrumpir el juego cientos de veces y sancionar lo inadmisible? La obra maestra de lo vilmente engañoso, resulta del empleo de las armas de la verdad a la hora de transformar la suma de algo determinado en una mentira del tamaño del cosmos. De allí la suposición de que se halla implementado el VAR con el verdadero fin de descartar de plano la posibilidad de una sanción legítima, sincera, acorde a lo transcurrido durante la dinámica del encuentro. Culminada la fiesta, la inmensa mayoría discuten si la Argentina mereció ser campeón del mundo en lugar de Francia, de la autenticidad del gol de Lionel Messi en el período extra. Por desgracia, nadie sobre la eventual transformación del fútbol en VARsura, sobre la manera en la cual la pelota se mancha constantemente, deslegitimando la disciplina deportiva más hermosa del mundo. ¿La culpa es del marrano o de quienes le dan de comer?

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