sábado, 28 de octubre de 2023

Segunda vuelta de las Elecciones Argentinas y el futuro, “la verdad de la milanesa”

“Tiempos viejos que no volverán”, como diría el popular tango de Francisco Canaro, que cantaron el inmortal Julio Sosa o Enrique Dumas, entre otros grandes. Y a colación del mismo, también nos llegan distintos segmentos de la letra escrita por Manuel Romero, sobre todo “¿Te acordás, hermano?”, aunque haciendo referencia a tantas otras cosas. De verdad, la inmensa mayoría de los argentinos eran tan felices con el asado bien barato, la desocupación en un solo dígito (5,9%), la certeza de volver a creer en un empleo “para toda la vida”, con la salud, la educación garantizada, mientras el país no dejaba de crecer bajo la dirección primero de Néstor y después de Cristina Kirchner. Desde luego, esto significó el final provisorio de un latrocinio centenario de promesas incumplidas, de robos, de mentiras. En síntesis, del “negocio del robo” de quienes siempre vivieron realmente del Estado, ya no con el humilde dinero de planes sociales, los subsidios sino a través de negocios multimillonarios. Impotentes, masticando con odio lo acumulado durante décadas de expoliación, soltaron al pulpo de los medios a generar falsas inquietudes, hablar de situaciones inexistentes, fabular, tergiversar, faltar a la verdad, mientras la gente no paraba de consumir, estudiar, trabajar. El país crecía, se desendeudaba, jubilaba a miles de personas cuyos aportes habían sido robados, pero en un mundo donde la verdad parecer importar cada vez menos, no parecía suficiente. El “efecto de la tortura china de la gota” fue calando hondo dentro del cerebro de algunos ciudadanos, al punto de “putear a la yegua” cuando se iban de vacaciones, de estar expectantes frente a un periodista prometiendo debelar el sitio donde estaba enterrado el famoso “tesoro de la corrupción” kirchnerista, aunque no lo pudieran encontrar porque no existía. Sin lograr aprobar la Ley de Medios, la libre elección de los jueces de la Corte Suprema, parafraseando al dictador genocida Videla, “el peronismo verdadero perdió la batalla ideológica”. El odio a la inclusión social, sobre todo en los sectores medios y altos, hizo estragos. La comida sobraba, las oportunidades se multiplicaban, pero la verdad no parecía importar a nadie. La prensa libre u oficial fue desbordada por el andamiaje Clarín – La Nación e incluso, no faltaba quien preguntara porqué ciertos artículos, servicios, podían estar tan baratos si eran tan caros, como insinuando que “alguien se beneficiaba por estar robando”. El final de la historia es conocido. A fojas cero Una diferencia de apenas 678.774, en un país conformado entonces por 43,3 millones aseguró la llegada de Mauricio Macri y a causa de la derrota mediática, la mentira o en su defecto el “chisme de feria malintencionado”, se impuso a la realidad. El candidato peronista pudo haber sido cualquiera. Perdía igual, porque muchos que no tenían futuro quince años antes, ahora tenía la “panza llena”, hablaban de la “pérdida de la cultura de trabajo”, se quejaban “de los negros”, del afianzamiento de los derechos adquiridos, junto a un modelo de Estado incluyente traduciendo el esfuerzo colectivo en beneficios, oportunidades y compensando merecidamente la iniciativa individual. El nuevo presidente se dedicó a descapitalizar el país, haciendo del Gobierno un verdadero antro de corrupción. Multiplicó los despidos, inventó cierta crisis inexistente a la cual bautizó la “pesada herencia”, pidió un préstamo impagable aprovechando las condiciones económicas hasta entonces, tratando sin éxito de disciplinar a los sectores más vulnerables que se hicieron “oír” en las calles. Lo que no se llevaban las Leliqs y las Lebac lo hacían los camiones de la empresa Juncadela, transportando el efectivo argentino para su fuga hacia paraísos fiscales. Los que criticaban con ferocidad los gobiernos peronistas, celebraban en silencio la ruina nacional porque aún no los había alcanzado, seguían votando los candidatos del oficialismo y entonces, “aterrizó” Alberto Fernández gracias a los votos kirchneristas. No obstante, la derecha neoliberal conservadora había cumplido su objetivo: Desmontar el Estado de bienestar del kirchnerismo, nacional y popular, sin llegar a devolver la Nación al período de decadencia previo a la crisis del 2001 gracias a la previsión económica de doce años de gobiernos peronistas. Falsa esperanza La grandeza de la ex mandataria de renunciar a la propia candidatura, reconciliarse con el presidente electo, quien, junto a Sergio Massa, Felipe Solá y Florencio Randazzo fueron responsables de la división peronista que terminó causando la derrota de 2015, no sirvió para nada más que ganar aquellas elecciones. Los casi veinte puntos de diferencia en votos de un pueblo, eligiendo de forma masiva volver a revivir “aquellos viejos buenos tiempos”, tropezó con la traición alevosa de Alberto Fernández, el cual no conforme con mantener presa a la líder social, Milagro Sala, de negarse a expropiar la empresa Vicentín, auténtica “tintorería de activos” de los grupos económicos, en la práctica fue un gobierno macrista sin Macri, como si este hubiera seguido dando órdenes “desde la reposera”. El consentimiento tácito del endeudamiento ilegítimo de la Argentina con el FMI, la “vista gorda” ante la persecución jurídica vengativa contra la ahora vicepresidenta, Cristina Kirchner, la inoperancia e inacción de una gestión inmóvil e indolente, fue responsable de la escalada inflacionaria con Sergio Massa en el ministerio de Economía. El país continuó sumido en la incertidumbre derechista, además de provocar un divorcio casi adrede entre el peronismo y el pueblo argentino, similar a la ocurrida durante los años del menemismo (1989 – 1999). Hacia el ballotage Vuelve a resonar la semblanza del tango: “¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos? ... Si cuando me acuerdo, me pongo a llorar…”. Por primera vez en veinte años, no conforme con haber perdido las bondades de un modelo económico capaz de direccionar el progreso a partir de generar oportunidades, también por culpa de muchos de sus beneficiarios, la Argentina no tiene un candidato nacional y popular. Basta comenzar por la oposición, que se presentó dividida. Juntos por el Cambio, el partido neoconservador de derecha cuyo referente máximo es Mauricio Macri, se vio envuelto en un fuerte internismo que llevó a cuestionar tanto su autoridad, como su capacidad organizativa. Los cuestionados Jefe de Gobierno actual de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Larreta; la ex gobernadora de la provincia de nombre homónimo, María Eugenia Vidal y la ex ministra macrista, Patricia Bullrich, parecían cuestionarlo. Sin embargo, en gran jugada, Macri, aliado a Bullrich, truncó el camino a sus mejores competidores, Vidal y Larreta, para ponerla indefensa a encabezar la elección, donde resultó aplastada. Bullrich, antigua montonera infiltrada por los servicios de inteligencia en dicha organización extremista de principios de los años setenta para delatar militantes, antigua ministra del desastroso gobierno de Fernando de la Rúa, funcionaria del macrismo responsable de la violenta represión a trabajadores, del vil asesinato de Santiago Maldonado y con serios problemas de alcoholismo, no era la mejor carta a jugar. Por supuesto, Macri lo sabía. La dejó, perdió su partido, pero él no. Del otro lado, con una visión desbordada de extrema derecha asociada al neoliberalismo económico, se encuentra el debutante en la contienda electoral, el excéntrico, Javier Milei, apellidado de nacimiento Mileikowsky. Producto de la anti política promovida por los estruendosos fracasos de Macri y de Fernández, sobre todo en los sectores antiperonista, su propuesta se basa en la literal destrucción del Estado de Derecho, resurgido de las cenizas con el retorno a la democracia en 1983. Autoritario, antidemocrático, dueño de un discurso poco ortodoxo, capaz de apelar a la exacerbación violenta que pareciera confirmar cualquier presunto diagnóstico psiquiátrico, sus propuestas radicales parecen ser irrealizables aún para muchos compartiendo idénticos criterios. Admirador de Margaret Thatcher, Carlos Menem y Domingo Cavallo, los objetivos sociales, políticos o económicos a los cuales apunta, son el refrito de fracasados modelos de gobierno con consecuencias nefastas para el país. Esto, sin contar el eventual revuelo causado por el aumento de la violencia, el clasismo, la intolerancia, el racismo, la entrega económica, el desmantelamiento industrial, entre otros factores de su plataforma, con sólo intentar retomar el modelo agro exportador de finales del S. XIX que propone de manera irresponsable. Así, mientras Bullrich proponía la destrucción del Estado, el avasallamiento de los derechos, el feroz retorno de las privatizaciones o disciplinar el reclamo a sangre y fuego, tendiente a subordinar la Argentina a los intereses del exterior, Milei surge redoblando esa misma apuesta agregando temas controversiales a la discusión como dolarizar la economía, que supone la pérdida de la soberanía económica cuando el mundo, precisamente, habla de “desdolarizar”. No en vano luego de sufrir una derrota electoral sin precedentes, Bullrich, heredera del negacionismo de la dictadura para la cual “trabajó” delatando dirigentes, impulsora del recorte del 13% de los haberes jubilatorios, funcionaria macrista responsable directa tanto de la represión como del asesinato de trabajadores o activistas, no vaciló en darle el apoyo a Milei. En parte, para impedir el retorno de lo que mal llama “populismo”, cuando trata de citar el carácter popular del kirchnerismo, basado en la recuperación del salario o del proyecto de “Nación Autónoma” y de paso, “vengarse” de la opinión pública, rechazándola por “impresentable”. “¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos?” Si el flamante ganador de la primera vuelta se impone en la segunda, ¡tampoco volverán! Sergio Tomás Massa no es estadista, ni mucho menos realizador. Es un hábil político. La mejor muestra, haber sido el más votado pese a ser el rostro visible del desbarajuste económico, también porque la sociedad argentina lo escogió entre el peronismo del no cambio, lleno de promesas, ligado históricamente a los sectores populares y el directo descenso a los infiernos. Su capacidad de diálogo con las distintas fuerzas políticas, lo convierte en un aliado más confiable, previsible, estable que Javier Milei. Tiene el don de saberse mimetizar en cualquier escenario de la vida institucional. De orígenes liberales, militando en la Unión del Centro Democrático de Álvaro Alsogaray, siendo candidato, pasó al menemismo. De allí a convertirse en Jefe de Gabinete del kirchnerismo, para luego tomar distancia, contribuir a la división de su movimiento, al punto de acompañar a Macri en Davos y a negociar en Gran Bretaña. De hecho, mientras el líder de La Libertad Avanza le disputa el liderazgo de la oposición, ya descartados Larreta, Vidal o Bullrich, el jefe de Juntos por el Cambio se complementa, puede potenciarse más haciéndole oposición a Massa. A la vez, al peronista le conviene esta especie de “alianza tácita” con el antiguo aliado, del cual se desprendió para integrar la administración Fernández. De allí el llamado de este luego del triunfo parcial a “cerrar definitivamente la grieta”, formando “un gobierno de unidad nacional, donde conduzcan los mejores”. Algo así como pretender negar la existencia de la lucha de clases o que la tierra gira, pero con un mensaje claro: “Usted va a seguir siendo el principal opositor, pero me va a alinear la tropa para poder ser presidente. En contraprestación, nos ponemos de acuerdo, le abro la puerta para participar en mi gobierno y de paso, me garantiza no sólo la gobernabilidad, sino le doy la oportunidad de posicionarse en calidad de mi eventual sucesor en caso de que el kirchnerismo me dispute el poder en el partido”. El resto es simple. Massa se acercará a Schiaretti, tratará de ponerse de acuerdo con el Frente de Izquierda, impidiendo el acceso al poder de la derecha radicalizada, aunque su injerencia esté acordada de antemano en un supuesto nuevo gobierno justicialista, que del legado de Néstor o Cristina Kirchner tendrá poco por no decir absolutamente nada. Del lado opuesto, Milei y dirigentes cercanos a la línea de Bullrich buscarán conformar una alianza antiperonista intransigente, la cual en el vasto universo político de la derecha argentina posee escasas posibilidades de éxito, debido a las serias dudas sobre del actor político novedoso –mejor malo conocido- y de una lealtad sustentada más en el dinero que en lo ideológico, la palabra. ¿Qué sigue? ¡Qué tiempos aquellos, hermano, cuando estuvimos a punto y parecía tan cerca volver a tener un país políticamente soberano, socialmente justo e independientemente económico! Si Javier Milei es el próximo Presidente de la República, se tiene la perfecta certeza de cuánto podría ocurrirle a la Argentina. Lo saben desde el pobretón arribista, enemigo de que los suyos tengan un plato de sopa más a la mesa a lo cual denomina “populismo”, hasta los interesados en montar un negocio retroalimentado en la miseria de muchos para enriquecer unos pocos. En caso de ser Sergio Tomás Massa, si bien el peso del kirchnerismo ni de la figura de Cristina Kirchner al interior del peronismo será imposible de omitir, sería una utopía pensar en la pronta implementación de las políticas que engrandecieron la Nación doce años. Sergio Massa es más astuto que Alberto Fernández. Va a defender con uñas y dientes su liderazgo, aunque hable de una reconciliación imposible porque implica ceder terreno en soberanía, derechos sociales en detrimento de los negocios de terceros privados. Dentro del justicialismo, lejos de cuestionar, el líder transitorio manda y el resto se alinea. Por eso fue posible ver a Daniel Scioli, ayer menemista, junto a los Kirchner y después, en sentido inverso, a “kirchneristas de la primera hora” como Aníbal Fernández, ser ministro de trabajo del actual primer mandatario. Queda sí, la militancia honesta, desinteresada, las organizaciones sociales imposibles de cooptar por estar sujetas a las bases, las corrientes ajenas al peronismo que, admitiendo sus contradicciones, entre ellas la de revocar los problemas de fondo en lugar de maquillarlos de pintura fresca, lo reconocen como el camino más viable hacia el desarrollo o el bienestar general. La grieta, la lucha de clases, donde quienes tienen mucho querrán más y los dueños de poco aspirarán a realizarse, existirá hasta el fin de la historia. Un gobierno de unidad integrado por quienes tienen intereses opuestos a los del país, estará condenado a fracasar a corto, mediano o largo plazo, ni la mayoría hallará el camino a su realización, destinada a sucumbir como permanente engranaje barato de los negocios millonarios de particulares. Sin paz social, no hay lugar para la unidad. “¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos, ¿cuándo éramos tan felices, pero no nos dábamos cuenta y encima muchos pateábamos en contra?” La Argentina volvió a perder el tren de la oportunidad. Deberán pasar muchos años de angustia, de dolor, hambre, pobreza. Los encargados de trabajar gratis, anónimamente, incluso desde los subsuelos más oscuros del país, lograron su cometido de arrastrar al resto sea en nombre de un falso sentido de dignidad o más bien, de cierto sentido de democracia, de libertad compatible con la suma de las necesidades. Lo peor, es la certeza de que nunca faltarán quienes estén dispuestos a tirar el futuro por la borda, hasta no despojarlos de la navaja escondida en sus manos. El futuro es incierto.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx Por Carlos Alberto Ricchetti

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