sábado, 23 de diciembre de 2017

BRUTAL REPRESION MACRISTA A JUBILADOS Y TRABAJADORES, CRIMINALIZA LA PROTESTA PARA DESTRUIR DERECHOS ADQUIRIDOS


La única bondad que otorgan los sucesos de conocimiento público, es la posibilidad de visibilizar de antemano no sólo a quienes estigmatizan el reclamo del pueblo argentino, sino a los apólogos de la violencia desenfrenada contra los jubilados o los sectores más sensibles y a aquellos que en una actitud completamente irresponsable, aprueban desde el llano cuanto sucede, como si se tratara de tirar la tierra por debajo de la alfombra. Los pasivos, trágicos protagonistas de un gobierno delincuente, perverso y desalmado, el cual pretende ignorar su responsabilidad de rembolsar lo suyo a los abuelos, tras años de aportar con su trabajo al esfuerzo económico de la razón, simboliza el pérfido deseo de “domesticar” para mal la sociedad. La norma supone imponer lo naturalmente inaceptable como “lógico” o la renuncia al derecho a manera de “pérdida necesaria”. Mientras por el contrario se pretende provocar la aceptación generalizada de un gobierno tirano, avasallando derechos adquiridos e inalienables que costó la vida de miles de argentinos saberlos conseguir. Lejos de las más inverosímiles suposiciones, el ejercito y la policía reprimen, matan, no porque requieren con urgencia de fondos para reparar la economía. Al Club de Paris, al Fondo Monetario, se les pagó la totalidad de la deuda contraída. El deber encomendado a Macri y sus esbirros, fue el de apoderarse de los recursos del Estado, “recuperar lo perdido” tras años de políticas destinadas al crecimiento económico con equidad social, desarrollo, pleno empleo. Por otra parte, como los números “hacen agua” precisan ser “solventes” para continuar con el endeudamiento compulsivo del país. Desde luego, este modelo conlleva el propósito recrear una sociedad sumisa, subordinada, dependiente de la clase dirigente, viviendo en un permanente estado de miseria e indefensión que la lleve a su vez a corromperse, a venderse a sí misma, a renunciar a lo cualitativo en el afán de subsistir el “día a día”. De allí a que la incondicionalidad del pueblo argentino, batiéndose solitario contra la mayor parte de la clase política a pocas cuadras del lugar donde deliberan en su contra, desafiando la muerte en forma de tonfas, gas pimienta, balas de goma o tan reales como las de la incomprensión cómplice de muchos de sus conciudadanos, sea desacreditada por los formadores de opinión del régimen criminal en el poder. Es por esa razón deben decirles a sus respectivas audiencias que se trata de “forajidos”, de “kirchneristas pagos”, de “choriplaneros”, de “golpistas” sin “aceptar el veredicto de las urnas, de ser “vagos” que “pretenden vivir del trabajo de otros”, deslegitimando los reclamos para ocultar la gravedad de cuanto pretenden ir quitándoles a todos, así sea de a uno por vez. El macrismo nefasto y ladrón les paga sumas fabulosas para distorsionar la verdad. ¿El fin?: Poner a pequeños sectores privilegiados a vivir de la mayoría abandonada a su suerte que los mantiene, en lugar de aportar proporcionalmente con el esfuerzo del trabajo a la construcción de un tejido social equitativo, proclive a la inclusión. Algo opuesto a la implantación de un esquema desigual, sujeto con uñas y dientes a una realidad malvada, con el consenso de las mayorías. Queda en el tintero la consternación producida frente a los retroalimentados por su propio egoísmo individualista. Defensores a ultranza de un festín para pocos del cual son apenas convidados de piedra, además de negarse rotundamente a admitir las consecuencias futuras del durísimo ajuste, no atinan a ver los intentos de institucionalizar un despojo que tarde o temprano los alcanzará. Prefieren quejarse de los que tienen el valor de reclamar, haciendo cuánto ellos son incapaces de hacer: Salir a manifestarse, cortar las rutas, iniciar un piquete, enfrentarse a las fuerzas represivas del estado, sin armas distintas a la de emblemas, pancartas, consignas, cánticos o reivindicaciones. Detestan las demoras, los viajes interminables, el “caos” del centro de la ciudad, cuando su apática indiferencia crónica obliga a los manifestantes a marchar sobre las calles. Amordazar derechos, reivindicaciones legítimas, forma parte del plan. De nada sirve medir el verdadero daño en baldosas rotas, monumentos despedazados, represores maltrechos en legítima defensa, cuando una porción execrable de malos compatriotas omite, justifica y hasta festeja a viva voz los asesinatos premeditados de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, la represión policial, los atropellos de la gendarmería, el deliberado apaleamiento de abuelos saliendo a reclamar lo suyo, entre otros actos deplorables e inconcebibles en cualquier democracia genuina. Con renovado vigor, se alzarán contra los eventuales “métodos despiadados” del contradictor político, cuando no obedezca a fines propios. Esa descomunal hipocresía los llevará inexorablemente a consentir la criminalización de la protesta reclamos de los que salen a “dar la cara”, incluso por muchos de quienes los niegan o menosprecian. Siempre resultará más agradable señalar o criticar a los demás desde la privacía del algún sitio cómodo sin hacer nada. Casi tanto, como culpar a la administración anterior de la tragedia del ARA “San Juan”, cuando Macri junto a sus secuaces ocultaron información, siendo los absolutos responsables directos de la muerte de 44 submarinistas, por los que un buen día deberán responder… Ante semejante arrebato de locura desenfrenada, cobijándose bajo el amparo de una legalidad discutible, a diferencia del pasado existen amplios sectores con formación, conciencia política, adquirida durante años de vivir mejor a partir de la apuesta al crecimiento del consumo interno y la inclusión social. De la misma forma que la historia o la memoria demostró el estruendoso fracaso de modelos perversos como el actual, hacia donde suelen arrastrar al país o cómo concluyen si no son detenidos a tiempo, tampoco habrá la suficiente violencia capaz de suprimir, de silenciar, de matar a tanta gente, para obligar al resto a no vender muy cara su dignidad. Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20573717)

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