miércoles, 24 de febrero de 2021

El Mundo de las Esferas

Pasamos a formar parte del mundo de las esferas. Por ahí andan rodando nuestras conversaciones amorosas, nuestros morbos pornográficos, tantos chats sin ton ni son, nuestras subjetividades fragmentadas. Somos en el espacio virtual. Nuestros cuerpos expandidos y suspendidos en el afuera. A partir de la declaración de la pandemia y durante casi diez meses nos redujimos a comunicarnos como astronautas. Cada quien desde su propia burbuja. Nuestro ser en el mundo cambió de un día para otro. Tiempos del aislamiento duro. Cada vez más lejos de offline (dimensión física) y más inmersión en online (dimensión virtual). Hagamos un balance. Desaparecieron las cosas in situ, ver cine en el cine, estudiar en el colegio, cafecito en el bar, caminatas, librerías, teatros, deportes, museos, parques, estadios. Reposicionamiento ontológico y reinvención metafísica. Trocamos sensibilidad por comunicación, cuerpos por conexión. La metamorfosis de las relaciones empíricas sutilizadas y guardadas en la nube. ¿Cómo fue desmaterializarse?, ¿qué ocurre cuando la realidad es texto, cámara y micrófono? ¿Cómo nos afectó ser entre marañas de filtros tecnológicos? A)Testimonio de una productora de medios: Cuando todo comenzó a ser virtual, ya no necesité madrugar ni producirme ni trasladarme. Me gustó. Pero arrecieron las obligaciones domésticas, el día a día comenzó a pesar, necesitaba un punto intermedio entre el trabajo full time y la nada. No me había dado cuenta. Hoy, siento que se me fueron las ganas de salir tanto como antes y agradezco a la tecnología porque seguí comunicada con mis afectos. Nunca estuve tan cerca de seres queridos que están tan lejos. Estuvo bien, me transformé. No se habló mucho de la reacomodación de los afectos. Pero, ¿dónde fueron los besos que no pudimos dar?, ¿y la mano que no pude rozar? (se me va de la mano la caricia perdida), ¿y los abrazos? B)Testimonio de traductora científica: Yo trabajaba desde mi casa y tenía todo en cercanía sin preocuparme por mi corporalidad. Pero ya no se sostiene eso de no darle importancia a lo físico, hubo una exacerbación de cosas que no estaban buenas ante de la pandemia y yo no las captaba. Mi balance por la desmaterialización (en la que solía estar) es que, al imponerse por las circunstancias, me hizo caer la armadura. Chocarse con un espejo cuando menos te lo esperás estremece, tuve que cambiar cosas que no estaban bien, escuchar a mi cuerpo. En el silencio de la luz de la pantalla hay quienes encuentran respuestas. La virtualidad omnipresente puede hacer tomar conciencia de la corporalidad y producir cambios que disminuyan la tensión. C)Testimonio de psicoterapeuta: Todo es bastante raro. Hay pacientes que prefieren analizarse por teléfono, pero se pierden las actitudes corporales, las miradas, los silencios. Y entre quienes eligen audiovisual ocurren cosas inesperadas. La disposición espacial doméstica de quienes se analizan me era ajena. Pero por telellamadas me hacen visitas guiadas: “aquí está el vestidor, desde esta ventana se ve el jardín, vayamos a la cocina” y así. Se difuminan los límites. Me cuenta un colega que en sesión presencial nunca fuma. Pero en una telellamada encendió la pipa y la paciente, que estaba en la pantalla, se levantó presurosa y abrió la ventana de su habitación. Revelaciones como esta demuestran hasta qué punto podemos involucrarnos con lo virtual, que es real pero no concreto. Una hibridación. Las ciencias exigen revisiones ante la pandemia y la pospandemia. El psicoanálisis, por ejemplo, necesitaría un aggiornamento, alguien que hiciera con Lacan, lo que Lacan había hecho con Freud. D)Testimonio de técnica informática: La tarea virtual todoterreno multiplicó mis obligaciones (aunque no mis ingresos). Estoy exhausta. Pero no son tiempos para pensar en cambiar de trabajo. Debo madrugar más que cuando iba a la oficina, de lo contrario no llego a hacer todo. Cuando termina el día no tengo ganas de nada, ni películas, ni series, ni sexo. ¡Tanto trabajo digital me deserotizó! No más imágenes, parecería que ya no me calientan. Sin embargo, tengo colegas que, por el contrario, la situación anómala los ratonea. ¿La verdad? No entiendo nada, tengo que reconsiderar todo. Se reclaman nuevos códigos. La tecnología hace crecer el nihilismo, la caída de lo valioso roba energía. Hasta la excitación sexual que levantó la voz con el encierro, parece tartamudear con la apertura. E)Testimonio de docente universitaria: El zoom educativo es estresante, implica mucha energía puesta y poca recibida. No existe retroalimentación. Hay que generar una forma en que, si esto tiene que persistir, sea en menor medida. Estoy buscando la manera de dar menos clases en vivo, hay que generar intercambios creativos que se desmarquen del repetitivo formato que nos saturó en 2020. El nivel de alienación al que llegamos con las videollamadas laborales es alto. Sigo defendiendo el espacio público como posibilidad para estudiantes, pero desmitificando el lugar en el que había colocado a los saberes universitarios, hoy los pongo en el mismo lugar que otros saberes. Lo aprendí con el cimbronazo de lo virtual. Un hilo conductor atraviesa los diferentes testimonios: transformación, modulación y re-asignación de valores, a partir del año que vivimos virtualmente. * * * Con el surgimiento de la telefonía inteligente la vida conjuntiva (entremezclamientos físicos), fue deviniendo vida conectiva (mediatización tecnológica). Se impuso una transformación valorativa. Desde el surgimiento del coronavirus sufrimos una crisis que no proviene -aunque los contenga- de factores técnicos ni financieros, sino del bios. El cuerpo ha debido bajar el ritmo o -en el extremo opuesto- aumentarlo exponencialmente. Francisco Bifo Berardi considera que las subjetividades, después de meses de embotamiento digital, de procesar señales demasiado complejas y de la excesiva sobreexcitación virtual han disminuido su potencia: sufren psicodeflación, producto de la virtualización. Y los gigantes de la informática quieren más. A ellos y a losque hace treinta años nos prometen que la cura para toda enfermedad social es el recorte del gasto público y la privatización deberían aislarlos socialmente -dice Bifo- y, si intentan abrir la boca de nuevo, deberían ser tratados como lo que son: idiotas peligrosos.

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