sábado, 3 de septiembre de 2022

Lo que le hicieron a Cristina Kirchner es inadmisible y no se puede permitir

El hecho de que un vulgar desconocido se acerque a las inmediaciones de la casa de la vicepresidenta en el barrio de Recoleta y le percute así sea con un arma de juguete a la altura de la cabeza, pone en tela de juicio toda la estabilidad de las instituciones de la República Argentina, junto al concepto de país en el cual se vive. Si de algo es posible jactarse, es que contrariamente a naciones consideradas “desarrolladas”, “modelos a seguir” o “dignas de admirar”, habrá habido atentados contra autoridades nacionales, pero ninguno tuvo éxito al menos en el período de gobierno correspondiente a cada uno ni estuvo tan cerca de lograr su cometido. Para aquellos minimizando el hecho al ser permeados por el odio de los medios de comunicación masivos, capaces de hacer aparecer como por actos de magia acontecimientos inexistentes, de inventar operaciones donde no hay nada en absoluto, es necesario aclararles que el sólo hecho de aprobar de cualquier forma el asesinato de cualquier ser humano, los trasforma en criminales. No importa si el arma era de verdad. El disparo ficticio a Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner es la expresión inconsciente de un poder político, social y económico, temeroso de un sujeto político capaz de encarnar el proceso impidiéndole volver a fojas cero ya no las conquistas sociales históricas, sino la conciencia de derechos afianzada durante doce años de gobierno peronista auténtico. El retorno a la normalidad democrática a partir de 1983, no concretó la unificación del poder real con el formal, elegido a través del voto. El poder político seguía siendo manipulable de algunas maneras. Ya en los años noventa, los dueños del poder en la Argentina encontraron formas de manejar los gobiernos a su antojo prescindiendo del actor militar. Bastaba dominar la corruptela de los aparatos partidarios, repartir la burocracia de acuerdo al grado de representatividad electoral y eso era todo. La aparición del matrimonio Kirchner en la escena nacional, llegados al gobierno de la mano del neoliberal devenido en “peronista”, Eduardo Duhalde, como contrapeso partidario al otro sector liderado por Carlos Menem, sin quererlo cambiaría la historia de una forma no vista desde los tiempos de Juan Domingo Perón y Eva Duarte. Tras hacerse cargo de superar la grave crisis económica derivada de más de una década de políticas fallidas, negociados, corrupción, aplastamiento del aparato productivo, generaron la reconstrucción del tejido social reactivando la industria, el comercio, el trabajo en el marco del reformismo, lo cual acarreó tanto el mejoramiento de la calidad de vida como el aumento de la capacidad de consumo. “Pecados imperdonables” Para consolidar tan importantes cambios, fueron de manera indiscutible los iniciadores del proceso de empoderamiento del ciudadano común en las decisiones de los gobernantes, traducido en la concreción de la voluntad popular por medio de la realidad objetiva de la voluntad popular en hechos contantes y sonantes. Como era de esperarse, estos “anticuerpos” no causaron simpatía entre quienes durante más de cien años fueron o se sintieron exentos del cumplimiento de las leyes, comenzando por las de la ética, las del bien común, de la convivencia armónica entre los distintos sectores de la vida nacional. Dejó de bastar una llamada telefónica al presidente, los acuerdos secretos con gobernadores, los mensajes elevados a intendentes, senadores, diputados, sindicalistas, políticos, a puertas cerradas, dominar la burocracia de los partidos tradicionales para imponer las decisiones de las minorías al deber de los representantes elegidos a ese efecto por el pueblo soberano. Aparecieron las organizaciones sociales respondiendo a los genuinos intereses de las mayorías, imposibles de “disciplinar” o al decir de ciertos personajes divorciados del interés general, de “domesticar”, conformada por hombres del común, trabajadores de base, jóvenes inquietos, bajo la firme convicción de realizar un ferviente seguimiento político a los distintos encargados de defender sus intereses. Desde entonces, resultaron prácticamente imposibles los antiguos y dañinos “acuerdos de cúpulas”, sino extintos al menos reducidos a la mínima expresión. Dicha exposición aún después de la salida del peronismo kirchnerista, frente al efecto nocivo del periodismo basura, siguió poniendo límites al accionar de quienes antes se sentían con las manos libres para hacer cuanto les convenía o venía en gana. Los señalamientos a la CGT de colaboracionismo explícito con el desgobierno macrista, el fracaso de la restauración conservadora, la violenta resistencia contra los fuertes ajustes, al intento de retraer el país a la nefasta etapa neoliberal, la enconada defensa contra el retorno a las violaciones de derechos humanos, la literal expulsión de la derecha política del poder, son algunos ejemplos de la conciencia sobre las conquistas adquiridas. La última muestra, la de la presencia de amplios sectores de la población empeñados en respaldar y proteger del lawfare a su líder natural, amenazada por una Corte Suprema de injusticia que, en lugar de obedecer a la verdad, a la realidad, actúa bajo la recomendación de los enemigos de la libertad, de la verdadera democracia, cuyos intereses son irreconciliables con el bienestar de la mayoría. Esta dinámica de acontecimientos, señalados erróneamente como la “grieta”, no representan otra cosa que la lucha de clases de la cual hablaba Carlos Marx hace cincuenta años. Para advertirlo, no hace falta ser socialista, filósofo, pensador, peronista, ni mucho menos ser un comunista convencido. Nomás es necesario el entendimiento de que los poderosos, los grupos económicos, los poseedores de fortunas, van a querer incrementarlas más a expensas del robo de los recursos a los sectores más vulnerables. Incluidos las defecciones, las virtudes, las contradicciones fluyendo en todas las ideologías y las acciones de los hombres, quienes a veces se equivocan a fuerza de la imperfección implicada en la dinámica de realizar una labor, sin apelar a las teorías de la izquierda tradicional el kirchnerismo devolvió al peronismo la capacidad de desplegar medidas acordes a su doctrina. Las quitó del papel, las llevó a la realidad, pero no conforme a casi ochenta años de haber nacido instrumentó los mecanismos para impedir los furtivos intentos de volver atrás. Dicho de otra manera, Néstor y Cristina Kirchner fueron artífices de la institucionalización del derecho en base a la equidad, la justicia social, de la participación comunitaria de la ciudadanía en calidad de veredicto inapelable del rumbo del país. Dotaron a las mayorías del “instrumental quirúrgico adecuado” para extirpar cualquier intento contra los fueros inalienables de los argentinos. Generaron calidad de vida a millones de argentinos, incluidos aquellos que los odian sin causa real. Al margen de la importancia de la iniciativa, del esfuerzo individual, del empeño en el trabajo, demostraron que la ausencia de un Estado fuerte, velando por la grandeza del país a través de la realización espiritual o material de sus pobladores, el desarrollo siempre será limitado, cuando no estéril, reforzando el concepto de unión colectiva como palanca irremplazable hacia el bienestar ideal de la sociedad. ¿Ahora se entiende por qué después de muerto, siguen vandalizando los bustos de Néstor Kirchner y frente a la imposibilidad de encarcelarla, enviar a un pobre muchacho a apuntarle con un revolver, así sea de plástico? Responsables No es necesario hacer una mayor descripción de los enemigos del país y de la democracia, más allá de la expuesta en este humilde artículo que tiene la voluntad de construir con los lectores un aporte esclarecedor. Como ocurre en muchas familias disfuncionales, para posibilitar el desenvolvimiento del victimario, hace falta, la permisibilidad inoperante de las víctimas a fin de contrarrestar la violencia, denunciando los abusos. Si existe un absoluto responsable de las horas tan difíciles que atraviesa la Argentina, es el Presidente de la República, Alberto Fernández. Cuando asumió el poder, el pueblo argentino le encomendó por más del cincuenta por ciento de los votos desensamblar el aparato neoconservador macrista, neoliberal, represivo y violador de conquistas sociales o derechos inalienables. Su advenimiento al poder, fue producto de una alianza estratégica realizada por el Frente de Todos, para impedir la continuidad de las políticas que Fernández viene precisamente llevando a cabo con especial contundencia, desde su negativa a la expropiación de la empresa “Vicentín”, símbolo de la asociación fraudulenta de vaciamiento de privados con la complicidad de los gobiernos de derecha. La designación primero de Silvina Batakis y después de Sergio Massa en el Ministerio de Economía, demuestran a la claridad una regresión a la dependencia de organismos como el FMI, encargados de concederle al gobierno macrista los préstamos destinados a endeudar el país en cien años, gracias a la solvencia, así como la sostenibilidad ejercida durante doce años de gobierno peronista. Pero no conforme con reconocer de forma tácita estos préstamos fraudulentos, la administración de Fernández, quien accedió al poder con los votos de Cristina Kirchner, no hizo absolutamente para contrarrestar los actos atroces de una oposición enceguecida tras haber sido desalojada del poder. De la misma manera, de contrarrestar la persecución judicial contra la ex presidenta, víctima de causas prefabricadas que, en vistas a no poder llevarla injustamente a prisión, del amplio apoyo popular recibido, agotados los instrumentos del acoso arremeten contra quien sin dudas encarna a nivel político, el no rotundo de quienes se niegan a renunciar a vivir con un mínimo de dignidad. En segundo lugar, frente a los acontecimientos, de no haber un viraje inmediato en las políticas del actual gobierno, el Frente de Todos, sus aliados, las organizaciones sindicales y sociales deben asumir decisiones en defensa ya no de una ideología, sino de la viabilidad de la Argentina como Nación Soberana, sumado al alto riesgo de las conocidas consecuencias sociales de una población indefensa, sin Estado, ni partido que haba valer sus derechos. Este hecho infructuoso podría alentar a algunos sectores a tomar justicia por sus propias manos, violando el monopolio de la ley como en el pasado lo hicieron las organizaciones armadas. El país evolucionó, son otros tiempos y el pueblo argentino no va a admitir ser avasallado al tener conciencia de cuanto le corresponde, aunque en la distrofia mental de algunos desalmados, reaccionarios, influenciables o facinerosos de cuello blanco, exista la fantasía del avasallamiento e incluso, de una enorme matanza para someter a los argentinos a su arbitrio.
Esto se acaba ahora o no termina más. Carlos Alberto Ricchetti

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