lunes, 17 de octubre de 2016

RADICALISMO, BRAZO PERPETUO DE LA DERECHA DEL NO CAMBIO (2° Parte)


Fallecido Hipólito Yrigoyen y enterrado en su concepción histórica por su nuevo jefe, el ex presidente Marcelo Torcuato de Alvear (1922 – 1928), el radicalismo conservaría la mayor parte de sus vicios, pero escasas virtudes. El sector que no se integró al naciente peronismo, preso del interés de las maquinarias, primero acompañó a la Unión Democrática, conformada para las elecciones de 1946 por la partidocracia adicta al régimen de la “década infame” (1930 – 1943). Después, a traicionar su propio legado y conspirar. De allí en adelante, utilizando un discurso falsamente amparado bajo formas democráticas que en la práctica no respetó jamás, sirvió de aglutinante al eventual inconformismo, la propagación de la inexactitud, las falsas conciencias, al punto de conformar el principal brazo civil del golpe militar de 1955 contra Juan Domingo Perón, como lo recuerda un conocido cartel durante los festejos de la triunfal asonada, donde se podía leer claramente “UCR. ¡Viva la Marina!” De espaldas a un pueblo que perdió a causa de sus mezquindades e ineptitudes políticas constantes, participó de la constituyente auspiciada por los autores del golpe y como si esto fuera poco, “el gran colectivo demócrata” se presentó a elecciones con la mayoría proscripta. Con el partido dividido, así como los votos peronistas a condición de levantar la prohibición a su movimiento, asumió Arturo Frondizi (1958 – 1962), precursor de las políticas menemistas que colapsó entre la ineptitud crónica y el deseo de conformar a todos los sectores en el naciente clima de ingobernabilidad. Golpe de estado solapado y la elección de un nuevo presidente con apenas el 22% de los votos. El médico Arturo Humberto Illia (1963 – 1966), pese a su comprobado carácter honesto, diligente, incorruptible, austero, tomar medidas acertadas, alentar cierta participación, no pudo omitir la naturaleza del partido que lo llevó al poder, como tampoco aclarar nunca su implicancia en el operativo de colocación de una bomba en un acto peronista, cuya explosión dejo muertos y heridos. El retorno de Perón al país, además de devolver a los radicales al eterno segundo lugar en las preferencias populares, encontró al más visible de sus líderes entre los años cuarenta y ochenta del siglo XX, Ricardo Balbín, hablar de “intolerancia absurda”, “reencuentro de argentinos”, mientras por palabras del propio genocida, Jorge Rafael Videla, “golpeaba la puerta de los cuarteles”, rogando por el golpe de estado contra María Estela Martínez, que por fin llegó en 1976. Al cabo que buena parte de su dirigencia hizo “la vista gorda” a los crímenes de la dictadura, mientras Hipólito Solari perdía las piernas en un atentado o Mario Amaya sucumbía a los efectos de la picana eléctrica, la figura mayúscula de Raúl Alfonsín emergía para consagrarse presidente en 1983, frente a un peronismo que al igual a su “primo” radical, había relegado sus lineamientos históricos y venía de sacrificar parte de la militancia propia sobre el atrio de la claudicación. Por Carlos Ricchetti

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