domingo, 23 de enero de 2022

¿Quiénes señalan a los defensores de derechos humanos en el Quindío?

Una situación grave, aunque no original ni novedosa es la que viene dándose otra vez en el departamento del Quindío, la cual pretende recrear los vergonzosos episodios acaecidos durante los años de la violencia política más despiadada entre conservadores y liberales de mediados del siglo pasado. Lo cierto es que un verdadero sinsentido bastante trasnochado de los acontecimientos, volvió a precipitar el oscurantismo donde una persistente clase política, siempre sedienta del subdesarrollo en beneficio económico propio, pretende enrarecer las aguas de la ética bajo la mirada de la eliminación sistemática del contradictor político. A través de cierto portal virtual con fama de estar muy cerca de la “suma de los acontecimientos de la política”, de denunciar los enredos, la corrupción de propios o extraños, pero al parecer incapaz de renunciar a las antiguas prácticas conduciendo de manera inexorable a la ruina nacional, se abrió paso a otro señalador profesional. Deformando las ilustres expresiones de Don Miguel de Cervantes Saavedra en su inmortal “Don Quijote de la Mancha”, no es que este cronista pretenda olvidarse del nombre del desafortunado personaje o bien, del sitio donde encontró amparo para lanzar sus flechas envenenadas. Simplemente, hacer mención a su pésimo ejemplo les otorgaría una fama inmerecida, más allá de ser conocidos en la parroquia local por la gente de bien –la verdadera- condenando sus actos salvajes. Arbitrariedad Un individuo de dudosa valía, con antecedentes de haber estado enrolado en calidad de mandadero de quienes lideran los índices de corrupción, comenzó de la noche a la mañana a señalar defensores de derechos humanos. Con el típico discurso de los criminales “con chapa”, pontificando sobre “lo humano o lo divino”, pero capaces de salir a robarle el tinto a los vendedores ambulantes a punta de bolillo, mientras hacen la vista gorda frente a los criminales del Estado que les paga el sueldo, se refirió a un grupo de personas como “milicianos de las FARC”. No hace falta aclarar a estas alturas el significado de estas acusaciones irresponsables, “dándole luz verde” a los sicarios de turno con interés de caerle en gracia a las mafias para reemplazar el verde quindiano por el rojo color de los baños de sangre a los que ya tienen acostumbrados a la población desde hace décadas. Sin embargo, como si esto no fuera todo es posible caer aún más bajo, dejando de lado las contraposiciones ideológicas con las víctimas de tan falsas, viles acusaciones, quedaron en evidencia las éticas que son mucho más numerosas, aclarando de paso la clase de personas existentes entre lado y lado. El convite al infaltable chisme de galería, al margen de arrojar apodos sobre la cabeza de los acusados para otorgarles mayor identificación al estilo del hampa, incluyó supuestos hechos con el fin de dañarles la imagen, el buen nombre ante la sociedad, que tampoco se van a reproducir a fin de no hacerle el favor. Aclaraciones Aunque la maldad, la estupidez humana, no tengan relación alguna con la falta de formación académica, suele decirse que la ignorancia es atrevida. Sobre todo, cuando es voluntaria. Hablar en esta época de “milicianos de las FARC”, aun cuando el uribismo haya traicionado los Acuerdos de Paz, deje sin presupuesto a la JEP y devuelto a Colombia a la guerra perpetua, es un ridículo anacronismo histórico, sólo apto para quienes son proclives a ser engañados, se dejan o poseen la suficiente bajeza al punto de dedicarse a pregonar mentiras. Existen, sí, elementos residuales de la desaparecida insurgencia de extrema izquierda que so pretexto del incumplimiento de lo acordado en La Habana, Cuba, volvieron a las armas sin el supuesto sesgo ideológico que pretenden reafirmar. Así, emulan a sus homólogos paramilitares, disputándoles el negocio del narcotráfico, de la compra venta de armas, para acabar “haciéndole el juego” al uribismo, contribuyendo a la continuidad de un conflicto armado con el pueblo en calidad de “rehén involuntario”. El único actor armado nunca desmovilizado es la herramienta paramilitar al servicio del Estado, en asocio con la Policía y el Ejército Nacional, tal como se evidencio en el viaducto de Pereira – Dosquebradas, Risaralda, mediante el asesinato del estudiante, Lucas Villa. Esto, en articulación con empresas como la cadena de supermercados “Éxito”, facilitándole la estructura necesaria para proceder a la tortura, asesinato y desaparición de manifestantes del Paro Nacional, cuya cifra según las Naciones Unidas alcanzan a veintiocho personas. Retomando la cuestión, los dirigentes, defensores de derechos humanos, no son milicianos de las FARC, porque como se afirmó anteriormente dejaron de existir hace más de cinco años. Además, el funcionamiento de las distintas ONG cuenta con un funcionamiento burocrático, sujeto a contratos, muchas veces “de la mano” de los gobiernos de turno, pese a realizar una indiscutible labor cualitativa en materia de iniciativas por la paz, opuestas a la guerra, limitándose a la denuncia, a la visibilización de la suma de las formas de violencia. Por el contrario, los derechos inalienables de mujeres u hombres no le pertenecen de la derecha ni de la izquierda, sino por extensión a la raza humana y en especial, a la “que entre cadenas gime” como la afincada en Colombia, donde todos los actores armados, sean guerrilleros o paramilitares, los violaron en todas sus formas. De tales acusaciones no se salva ni el Ejército Nacional, impulsor de redadas ilegales donde secuestran adolescentes en plena calle para obligarlos a servir, sometiéndolos en ocasiones a cualquier clase de vejámenes, abusos de autoridad o inmiscuyéndolos en una guerra ajena como “carne de cañón”, cual prebenda joven y barata de intereses espurios, de los que es cómplice sin duda el mismo acusador. Antecedentes Caer en el infantilismo de responder a dicha clase de improperios, sería caer en el absurdo si no fuera por los acontecimientos del pasado sacudiendo la memoria de ciudadanos ya no sólo del departamento del Quindío, sino del Tolima Grande, de Santander, de Nariño, del Urabá Antioqueño, del Chocó, los cuales no necesitan de noticieros mentirosos para conocer la realidad de sus vidas. En el pasado, con el objeto de sentar precedentes, los actores violentos de las distintas regiones acostumbraban ajusticiar gente sin importancia política, a veces hasta tomada de su misma gente a modo de desencadenar la ira, los odios, justificar el asesinato masivo, el escarnio, la expoliación. Desde luego, los “favores no son gratuitos”. El costo de cientos de vidas cegadas por tamaña injusticia, de municipios, campos arrasados, casas incendiadas, motivo de desapariciones, de desplazamientos forzados, ocultaba la firme intención de robarle la tierra a los campesinos, incluidas las propiedades, “generosamente” repartidas entre los responsables de dichas acciones con la complicidad policial. Pero esa es una historia harto conocida, de la cual existen marcas en todo colombiano y en la que no vale la pena redundar. Se trate de actos aislados o llevados a cabo con premeditación, no importa si las ordenes son decretadas desde las altas esferas “bajo cuerda”. La forma siempre es indiferente. La consecuencia inmediata, directa, es la indeterminada cantidad de muertos, puestos en cada región del país a flotar sobre sus ríos, regando las veredas, al interior de fosas comunes, sobre el costado de los caminos después de casa masacre, en beneficio permanente de los gobernantes, de los caciques locales. De forma transitoria, los sicarios, los mandaderos ocasionales. En cuanto a las enormes pérdidas, le corresponden a la inmensa mayoría viviendo para contarlo. Intencionalidad Queda clara la finalidad de la estigmatización, de los señalamientos, de las persecuciones, de los crímenes de lesa humanidad: Satisfacer el lucro de una minoría enajenada, hablando de “populismo”, del peligro de “volvernos Venezuela”, cuando en varias partes del país se vive igual o peor, omitiendo el hambre, la miseria, la creciente tasa de mortalidad infantil, el desempleo crónico, la precarización del empleo, la búsqueda del “contratico milagroso” para “salvarse” al menos durante algún tiempo. Se trata de auténticos parásitos que se llenan los bolsillos a punto de explotar, viviendo del trabajo de la mayoría, sin producir otra cosa distinta a las necesidades derivadas de la calamidad pública, porque se alimentan del subdesarrollo colombiano, del sometimiento de la gente a la dependencia directa de los politiqueros. ¡Los directorios quedarían desiertos si tuviera al menos un empleo miserable, para no depender de la limosna electoralista, amarrando los votos con profundo sentimiento antidemocrático, vendiendo seguridad mientras generan violencia extrema para tener compradores que hacen de su justificación el ritual permanente del “disco rayado”! A la desgracia de los migrantes frente a la falta inminente de futuro, perspectivas, de la obligación de salir a mendigar el pan, los bienes materiales, espirituales, a tierra extranjera, sobrantes en el país, pero acaparados por la caterva de delincuentes del Gobierno, le sucede la de quienes quedan, independiente de recibir o no la consabida remesa para afirmar “encontrarse viviendo en el Paraíso”, así sea con una mano detrás y otra por delante como el propio Adán. La consecuencia de esa falsa seguridad de poder “pasear” en el auto hacia la finca que nunca se podrían poseer porque no alcanza ni para la comida –casi la mitad de los colombianos se alimenta día por medio- fue el quiebre, la ruina económica de municipios, departamentos, de la desaparición de las empresas públicas o de hospitales como “La Misericordia” en Calarcá, Quindío. Si se buscan las razones, se pueden encontrar en el reemplazo alevoso de maleantes secuestrando, realizando “pescas milagrosas” por otros, mucho más avispados, de guante blanco y que haciendo sentir al ciudadano del común “protegido”, no sólo le robaron como jamás pudo ningún grupo insurgente, sino hasta la grasa sobrante del sancocho. Al igual que los dictadores ya no estilan vestirse, hacer ademanes como Adolfo Hitler, sino simular ser de centro o tener talante democrático, tampoco los delincuentes necesitan identificarse vertidos de fajina, con botas de goma ni armas en mano. Les alcanza aparentar cierta distinción, humildad, hablar “bueno”, operar como mal llamados “gestores sociales”; si son mujeres lucir hermosas, impecables, diligentes, a la hora de aliarse con los grupos de poder para disputarse la burocracia de los cargos de electivo. Una vez ocupados los principales puestos de las distintas administraciones, “pagados” los “favores recibidos” a fin de llegar, de “repartir amablemente” las regalías abonadas con el esfuerzo del contribuyente, “¡aprovecha, gaviota, que no te vas a ver en otra!” “¡A robar se ha dicho!” ¿Quiénes son los culpables? ¿Los politiqueros o los mismos que en Armenia, enviados o no, insultaban a Rodrigo Londoño, “Timochenko”, mientras al fallecido asesino a sueldo de Pablo Escobar, alias “Popeye”, en cambio le solicitaban sacarse fotos a su lado en la plaza Bolívar? ¿Cultura “traqueta” que le llaman? Los argumentos parecen tomados de cualquier narconovela. No se trata de ser digno, sino de demostrarlo. ¿Sabrán esto los señaladores, quienes pretenden demostrar hacerle un flaco favor a la “¿Patria”, estigmatizando a los denunciantes de injusticias, haciéndolos pasar por guerrilleros con el propósito de que el gobierno al cual defienden a rajatabla los haga pasar por falsos positivos? Indefectiblemente, el hecho de ser mandaderos tampoco les otorga la totalidad de la culpa, a excepción de poner en riesgo a las personas de su comarca a cambio de recibir las migajas caídas de la mesa, al tratar de congraciarse con los jefes políticos de la localidad. Guerrilleros malos más, paramilitares buenos menos, como decía “la casta del abuelo” que antaño supo sembrar el corazón paisa en el suelo quindiano, “la culpa no la tiene el marrano, sino quienes le dan de comer” y el elefante, por el mero hecho de ser bestia, es responsable de los daños causados al ser situado en medio de un bazar. El buen entendedor, tenga a bien sacar sus propias conclusiones. Por Carlos Ricchetti

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