lunes, 17 de enero de 2022

Uribismo, regreso al planeta de los simios Por Carlos Alberto Ricchetti

En medio de tanta desinformación generalizada, nadie quiso, estuvo a la medida, ni fue capaz de explicar la naturaleza, así como el funcionamiento del régimen uribista al menos en pocas palabras. Haciendo al margen la parte histórica, donde es la pretensión de un retorno al antiguo conservatismo laureanista, modelo corporativo profundamente excluyente, violento, antidemocrático, autoritario y regresivo tanto social como en materia político – económica, el propio Álvaro Uribe es un producto genuino del fracaso de los Acuerdos del Caguán. Ante la incapacidad del presidente Andrés Pastrana de entablar diálogos sin que se tratase de un armisticio o rendición inexistente y la de las FARC de perder la posibilidad de ganarse a los sectores más sensibles de la población, el propio sistema político colombiano, generó la necesidad de un presidente fuerte, inflexible, a partir una inseguridad de la cual el Estado es el verdadero irresponsable. Para “construir” esa imagen, buscaron a un oscuro político antioqueño, ex gobernador, vinculado a una familia no tradicional pero sí conectada a grandes hacendados, empresarios y personajes marginales del crimen organizado. La suma del capital político fue entonces a Álvaro Uribe Vélez, creador de las famosas Convivir, un grupo paramilitar solapado con el encargo de realizar el trabajo que el aparato represivo debía hacer pero no podía demostrar a la luz pública. Ni bien fue elegido, destinó el 61% del presupuesto a la fuerza pública. Sipo aprovechar las debilidades de la oposición, además de los errores táctico – ideológicos de la insurgencia, para venderle a la población una exagerada sensación de seguridad que no tardó en comprar. ¿Generó empleo? ¿Creo empresas? ¿Modernizó el país? En absoluto. Nunca antes la delincuencia mafiosa, el paramilitarismo, estuvieron tan ligados al aparato estatal. Para crearlo, el uribismo acentuó una estructura económica dependiente del exterior, con los sectores más sensibles de la sociedad como variable de ajuste, sin contar la posibilidad de posibilidad de viajar a la finca imaginaria con el carro imposible de comprar. Inspirado por el ex militante del MOIR y primo del abatido capo del narcotráfico, José Obdulio Gaviria fue el “sumo pontífice” de la nueva ideología, un verdadero rejunte de postulados de extrema derecha neoliberal, muy bien ajustado a la idiosincrasia colombiana, sumado el culto a la personalidad extraído de sistemas totalitarios al estilo del maoísmo de izquierda. Coronado ese “mesías histérico” con quienes lo contradigan, surgió el concepto de “seguridad democrática”, lo cual es el libre e ilimitado ejercicio de control sobre la población, apoyado por otros de menor difusión, la “cohesión social”. Es decir, la presión constante para someterse a un único credo político –el uribismo, desde luego- junto a la “confianza inversionista”, suerte de abaratamiento forzoso de los costes de mano de obra en favor de empresarios locales o extranjeros. Todos estos, sin contar el del “estado de opinión” donde el derecho humano es reemplazado por el veredicto de los acuerdos entre minorías privilegiadas, dando al traste con las garantías constitucionales de 1991.

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