miércoles, 2 de noviembre de 2016

Así robaron Papel Prensa


Por ARI LIJALAD | 2 de noviembre de 2016 Pasaron 40 años, pero lo que ocurrió ese 2 de noviembre de 1976 sigue impune. En las oficinas del diario La Nación, en Florida 343, un grupo empresario que estaba construyendo una fábrica de papel para diarios fue obligado a “ceder” sus acciones a los tres diarios más importantes del país, aliados en ese proyecto a la Dictadura militar más sangrienta de nuestra historia. Una historia escalofriante de robo, tortura y muerte que dio origen a la hegemonía de Clarín y La Nación. graiver Desde entrado el siglo XX Argentina era uno de los países con mayor circulación de diarios del mundo, pero llevaba décadas importando su insumo básico: el papel. El mismo Roberto Noble, fundador de Clarín, planteaba la cuestión en 1960, cuando publicó su libro “Argentina Potencia Mundial”. Allí, Noble trazaba seis de prioridades (siderurgia, caminos, transportes, carbón, energía y petroquímica) que consideraba necesarias para que la Argentina fuera potencia mundial en 1985, año para el cuál vaticinaba una población de 65 millones de habitantes y una tirada de diarios de 6 millones de ejemplares. Ni estas ni otras previsiones de Noble para 1985 se cumplieron, pero en el mismo texto advertía que para ese entonces “los diarios argentinos serán abastecidos de papel por la propia industria papelera argentina”. Noble falleció el 13 de enero de 1969. Pero esa obsesión, repetida en editoriales de Clarín y compartida por otros dueños de diarios, comenzó a tomar forma a los pocos meses de su muerte, cuando el 11 de agosto de ese año el dictador Juan Carlos Onganía dispuso, por medio de la Ley 18.312, la creación del Fondo para el desarrollo de la producción de Papel Prensa y Celulosa, al que todos los diarios tenían que aportar un impuesto del 10% aplicado a la importación de papel. La dictadura llamó a licitación de una fábrica de papel, pero ningún oferente cumplió los requisitos. Los militares, ya con Alejandro Agustín Lanusse al mando, decidieron adjudicarles la obra directamente a la firma Papel Prensa SACIFyM, integrada por César Augusto Civita, César Alberto Doretti, Luis Rey y la Editorial Abril. En la distribución de la empresa, el Estado retuvo el 25% de las acciones Clase B, mientras que los empresarios se quedaron el 26% de las clase A. Todo el resto quedaron disponibles, y con el tiempo Civita, Rey e Ingeniería Tauro las adquirieron hasta manejar la mayoría del paquete accionario. A finales de 1973 entró en escena el grupo Graiver, a través de Rafael Ianover, testaferro del banquero David Graiver, que comienza a comprar acciones de Papel Prensa. Todo con el apoyo de José Ber Gelbard, por entonces ministro de Economía del tercer gobierno peronista, que puso en juego tanto su lobby empresarial como recursos estatales para apuntalar el desembarco de los Graiver. En 1975, Galerías Da Vinci (ariete de varios negocios de Graiver, su propietario) también adquirió acciones de Papel Prensa y entre 1975 y 1976, tanto esta empresa como Ianover le hicieron aportes de capital al proyecto. Más allá del complejo entramado de traspasos y compras de acciones, para agosto de 1976 el grupo Graiver tenía el control absoluto de Papel Prensa. Sin embargo, por ese mismo entramado, faltaba un paso para validar la transferencia: una Asamblea que iba a realizarse el 3 de noviembre de 1976. Un día antes, todo cambiaría. border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheUr037g1fn68ZEtZdiMbJOcRDMQ32hBa0A2ICHJp9lcYRUFaEnXUUSIvdPjf6mNYrWI0n0M3G6PUpuRjZA11-_5PfoVE7FDE1grzv8m6dPk_WbAeBE2vxnJvz7RPDGTN5E939c7doDfIR/s320/zzzzz1.jpg" width="320" height="213" /> Pero ese día pasó. El 10 de noviembre, 8 días más tarde, FAPEL les transfirió las acciones Clase A a Clarín, La Nación y La Razón en partes iguales. Al día siguiente, Clarín anunció: “Producirán los diarios argentinos su propio papel” y reconoció que se trataba de “una gravitante decisión del gobierno de las Fuerzas Armadas”. El 16 de noviembre FAPEL les vendió también a los 3 diarios las acciones Clase C y E. Fue la confesión de parte: FAPEL era un sello ficticio cuyo único sentido era ser vehículo para esta transacción. La dictadura pretendía que Clarín, La Nación y La Razón dejaran entrar al negocio a los demás diarios del país. Pero la negativa fue rotunda. Según consta en la Acta Secreta 14, del 15 de diciembre de 1976, los diarios “no creían prudente ceder acciones de la Clase A a otros posibles usuarios, pues se compartiría y debilitaría la conducción”. O sea, a poco más de un mes de concretado el robo, ya los diarios imponían su voluntad frente a los militares. Y no fue la última vez. Clarín, La Nación y La Razón acordaron relegar al Estado como socio bobo de la empresa. El 18 de agosto de 1977 firmaron un acuerdo que decía: “Los comparecientes convienen en regir las relaciones entre sí, para actuar conjunta y coordinadamente y asegurar la unidad de criterio en la conducción de Papel Prensa SA”. Lo firmaron Ernestina Herrera de Noble por Clarín, Bartolomé Mitre por La Nación y Ricardo Peralta Ramos por La Razón. El acuerdo establecía: “Las tres empresas convienen y aceptan que sus derechos societarios dentro de Papel Prensa SA se ejercerán coordinadamente, por intermedio de los representantes de cada signataria”: Magnetto por Clarín, Bartolomé Mitre hijo por La Nación y Patricio Peralta Ramos por La Razón. papel-prensa-dos Entre una y otra jugarreta faltaban dos pasos fundamentales. Uno, el 18 de enero de 1977, cuando una Asamblea extraordinaria de Papel Prensa aprobó la venta de las acciones. Dos, el 14 de marzo Lidia Papaleo fue secuestrada, violada, quemada y golpeada al punto que le generaron coágulos en la cabeza y la tuvieron que intervenir quirúrgicamente en las catacumbas del coronel Ramón Camps. Lo mismo ocurrió con su entorno: Jorge Rubinstein, mano derecha de Graiver, fue asesinado durante la tortura. Isidoro Gravier, Eva y Juan Graiver, Ianover, las secretarias Silvia Fanjul y Lidia Gesualdi, también fueron secuestrados. No podían quedar cabos sueltos. El 28 de septiembre de 1978, Ernestina, Magnetto y Videla, junto a otros socios y genocidas, brindaron en la inauguración de Papel Prensa. Demoras judiciales Papel Prensa fue el pilar fundamental para que Clarín ingresara al retorno democrático con la solvencia económica pero, sobretodo, con el poder mediático para ser un actor, sino determinante, condicionante de la política nacional. Algunos lo notaron. Otros, incluso, lo denunciaron. El primero fue el entonces diputado nacional Norberto Imbelloni, que denunció irregularidades en la apropiación de Papel Prensa el 2 de abril de 1984. Quien se ocupó de esta investigación fue el fiscal Ricardo Molinas, que logró reunir numerosa evidencia. Los fiscales Marcelo Molina y Hernán Schapiro empujaron la investigación en la justicia de La Plata, hasta que el juez Arnaldo Corazza le remitió la causa a la Justicia Federal de Comodoro Py. Le cayó a Daniel Rafecas, que si bien planteó su incompetencia, en uno de sus escritos dejó asentado que se trataba de un crimen de lesa humanidad. El Grupo Clarín no se lo perdonó: la empresa y Magnetto en forma personal lo denunciaron ante el Consejo de la Magistratura, que tiempo después descartó el caso. Finalmente, la causa quedó radicada en Comodoro Py, pero en manos de Julián Ercolini quien, junto con el entonces fiscal subrogante Eduardo Taiano, hicieron toda pirueta judicial posible para demorar la causa. Desde entonces, de los 10 imputados originales fallecieron 5. Entre ellos, Videla, Massera y Martínez de Hoz. Ni el impulso de la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno anterior -que sumó testimonios, documentos secretos, archivos desclasificados de Estados Unidos y numerosos elementos probatorios- logró quebrar este pacto judicial. La novedad la generó el fiscal Gómez Barbella, que en 2015 reemplazó a Taiano, y el 11 de marzo de ese año tuvo el coraje de llamar a indagatoria a Magnetto, Ernestina, Mitre, Raymundo Podestá y Guillermo Gainza Paz por delitos de lesa humanidad y extorsión. El juez Ercolini se opuso en menos de 24 horas, alegando que esperaba los resultados de una pericia contable, que nadie le había pedido. Definió la Cámara, que protegió a los imputados con los votos de Eduardo Farah y Jorge Ballestero, contra el voto de Eduardo Freiler, que acompañó los argumentos del fiscal para llamarlos a indagatoria. Así las cosas, la causa volvió al pantano. Será Justicia El propio Magnetto le reconoció al periodista Martin Sivak -autor de dos libros sobre la historia de Clarín- que de no mediar el sospechoso cambio en la declaración de uno de los testigos, Isidoro Graiver, hubiera terminado preso. Los últimos movimientos de la causa Papel Prensa reinciden en esas idas y vueltas de la investigación. Mientras el 5 de octubre las Madres de Plaza de Mayo fueron a preguntarle al juez Ercolini por las demoras en la causa, éste planeaba su última jugarreta. A los pocos días, el 13 de octubre, le tomó declaración testimonial a Hugo Bogani, un contador que trabajó en el círculo empresarial de los Graiver y actualmente reside en Miami. El detalle: no les avisó a las querellas. Según consta en la declaración testimonial, las preguntas a Bogani fueron previamente enviadas a las autoridades judiciales de Estados Unidos a través de un exhorto. Según contó Bogani, empezó a trabajar para las empresas de Graiver a principios de 1976, en el seguimiento de varias unidades de negocios pero no de Papel Prensa. Bogani contó que fue detenido el 11 de mayo de 1977 y que en ese momento cortó las relaciones con el grupo Graiver, a pesar de que tanto la familia Graiver como sus principales personas de confianza ya estaban secuestradas hacía varias semanas. En su declaración Bogani aclara varias veces que “no sabía demasiado respecto de Papel Prensa”, que “no participaba en las decisiones de la empresa”, que “nunca Lidia Papaleo le formuló ninguna consulta respecto de Papel Prensa”, “que no participó en reuniones, pero sí empezó junto a quienes trabajaban en la empresa como contadores y gente del grupo, a comentar sobre la venta pero en esas charlas se hacían simples comentarios en los cuales las opiniones o expresiones que se formulaban no eran tenidas en cuenta”. Sin embargo, cuando le preguntan por la dinámica de la venta empieza a contestar con más detalle. Cuenta, por ejemplo, que participó de la valuación de las acciones junto a varios contadores de las empresas Graiver. Bogani relata (y esto si lo confirman otros testimonios) que estuvo en las oficinas de La Nación cuando se hizo el traspaso de acciones, pero su versión es totalmente contradictoria a la de Lidia Papaleo. Bogani “lo recuerda como una reunión social, que se celebró en un marco de cordialidad, la gente conversaba entre ella, era un acto muy importante, había profesionales que asistían a las partes, estar ahí fue concurrir a un acontecimiento”. Lo que para unos fue un tormento, para otros pareció mera cordialidad. El testimonio de Bogani le vino al pelo a Ercolini y los imputados: cuando ya todo indica que deben llamarse a indagatorias, un testigo viene a esmerilar el relato de las víctimas. A su vez, pocos días antes, el juez recibió el peritaje contable que encargó por motus propio, ya que ninguna de las partes se lo había solicitado, para determinar si era correcto el precio que supuestamente se pagó por Papel Prensa. Si bien se trata de un dato inconducente, ya que el objeto procesal del pedido de indagatorias es la extorsión y el delito de lesa humanidad, la pericia confirmó lo que había denunciado la familiar Gravier: incluso el precio impuesto fue un precio vil. Así las cosas, la situación quedó de nuevo estancada. El nuevo fiscal de la causa, Franco Picardi, tiene la intención de avanzar en el sentido de su predecesor: ergo, que se concreten las indagatorias a Magnetto, Ernestina, Mitre, Peralta Ramos y Podestá. Ercolini, apurado en otras causas, mantiene su parsimonia. En el ínterin, el único camarista que votó a favor de las indagatorias fue desplazado de la causa. Hoy se cumplen 40 años del robo de Papel Prensa. ¿Será Justicia?

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